(Taller Literario „León De Greiff“, Cereté)
* Tomado de El Túnel, Nro. 18, revista de arte, literatura e investigación. Montería, Colombia.
Oscurece, y en casa, como en todas las casas del mundo (quizá), nos preparamos a cenar. Ya es como un rito. Hasta se olvida que lo que uno va a hacer es simplemente… comer.
En el comedor suenan los platos al ser colocados, suenan los cubiertos al ser chocados con las cucharas, y estas a su vez con los cuchillos. Mamá, va de un lado a otro supervisando los posibles errores que pueda cometer la muchacha del servicio, que por su inexperiencia y falta de modales, resultaba un problema más. Se oye el llamado, y una tras otro bajamos a cenar.
Papá ocupa el centro de la mesa. Mamá se sienta a su derecha. Un poco más allá ubica a mi hermano, y del otro lado yo. Somos una pequeña familia, aunque la primera impresión es de ser muy unidos, en el fondo, distamos mucho de serlo. Aparece la muchacha y de uno en uno, nos ofrece la comida. ¡Oh! se me olvidaba: Hoy me tocan las preces. Rogué porque todos permaneciésemos unidos para siempre. Y di las gracias por los alimentos que disfrutábamos hoy.
Comenzamos por fin a comer.
Mi hermano y yo procurábamos hacerlo sin derramar nada del plato. Evitando, así, los muchos sermones de mamá.
Nadie sabe, que a mi corta edad, puedo, cuando me lo propongo, leer el pensamiento. Lo descubrí, para ser sincera… no sé cuando. Papá, como de costumbre, muy callado.
Mira a su derecha y ve a su lado a una mujer madura. Se da cuenta que tres o cuatro patas de gallo nacerán con ella al despertar. Inclina su mirada y de reojo recorre su cuerpo. Ya no es aquel curvilíneo, que tanto disfrutó años atrás; hoy esas curvas se han convertido en llantitas de grasa. Observa a la muchacha, que, por pedido mío, entra en el comedor; recorre su cuerpo, fija su atención en sus senos: ¡firmes!; mira a mamá, compara y desea.
Luego, ve con satisfacción su obra. Frunce el seño y visualiza nuestro futuro: Un doctor y una perfecta ama de casa. Se sonríe consigo mismo, saca el pecho, orgulloso de sus planes, y sigue comiendo.
Mi hermano, en un descuido de mamá, hace carritos con la arveja, construye edificios con la zanahoria y crea largas carreteras con la carne. Mira a la muchacha y se sonríe. La sorpresa grande que se va a llevar cuando abra la lata en donde se deposita el azúcar; un gran sapo, arrugado y húmedo, le saltará exactamente a la cara. Sus pensamientos son interrumpidos por la palmotada que le da mamá. El, muy obediente y dolido, sigue comiendo. Dirijo mi atención a mamá y me doy cuenta que ahora es ella la que observa. Ve a su lado a un señor, no al galán del cual se enamoró.
Suspende un momento su escrutinio. Dirige la comida tímidamente a su boca y mastica. Baja un poco la vista y recorre muy reservadamente el cuerpo que antes deseaba tocar. Todo vestigio de agilidad se ha perdido y aquel atleta, del que tanto hablaba y se preocupaba, ahora está olvidado, y, a causa de ese olvido, una barriga llena de grasa ha tomado lugar.
Desesperada sacude su cabeza y lanza su mirada a recorrer todo el comedor, observa: Una telaraña nueva y apunta un nuevo oficio que corregir. Tropieza en su recorrido con nosotros.
Un suspiro. Toda una vida de sacrificios, toda una vida de lavar nalgas, toda una vida de cambiar pañales sucios de excrementos o de orín, toda una vida de trabajos, que hubiera podido ser fácilmente la de una reina. Mira ahora a papá, pero con ira, se reprocha demasiado tarde: El ¡por qué habrá aparecido en mi vida!
Pero… recapacita y piensa en la linda labor que ha desempeñado.
Ha criado dos hijos, ha dado dos vidas nuevas al mundo, dos vidas que serán útiles. Una será maestra, como algún día deseó serlo, y el otro médico o abogado y quien quita que no pueda ser un ingeniero nuclear. Y, con estos pensamientos agradables, retorna de nuevo a la comida.
Papá y mamá han terminado de comer, se levantan: El saca su pipa, toma el periódico, se dirige a su silla preferida. Ya ubicado, empieza su lectura y se olvida de mamá. Ella, por su parte, toma el bordado y se enfrasca en un trabajosísimo punto de cruz y se olvida de papá.
Yo observo todo pero no escribo lo que pienso. Quizá lo haga cuando tenga más edad y las cosas que dice una niña no sean tomadas como locuras.
Mamá, en una escapada de su labor, se dirige a nosotros, que ahora jugamos a sus pies. Nos manda a la cama no sin antes recomendarnos nuestras oraciones y lavarnos los dientes.
Damos las buenas noches acompañadas de un beso en la mejilla y nos vamos a dormir. En el comedor, la muchacha recoge las sobras de lo que ha sido una cena familiar.