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Lorenzo o la geografía de una familia (Erzählung) [Teil II]

Ricardo Elías | | Artikel drucken
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2.

SOY BIBLIÓFOLO, AMANTE DE LOS LIBROS, el amor a éstos es como el amor a una mujer cuya presencia o recuerdo despierta sentimientos gratos. No soy un amante de todo tipo de libro, amo y colecciono libros que me atraen y me producen pasiones. En mi cuarto tengo una gran cantidad de libros cuya mayoría son viejos, unos de éstos son primeras ediciones. Mi abuelo Lorenzo María me ha regalado numerosos libros viejos o dado dinero para comprar los que deseo; él aseguró que su biblioteca pasará a mi poder. No todos mis libros me los han regalado o los he comprado, algunos los hurté de la Biblioteca Nacional y otras bibliotecas. Mis padres no saben que soy un hurtador excelente de libros, el único que lo sabe es mi tío Cleotilde, con él me he confesado, siempre me perdona con la condición de que no hurte libros de bibliotecas de la iglesia católica y que herede los libros míos a la biblioteca del Seminario Nacional. Ya no hurto libros de las bibliotecas de la iglesia católica, les hurté ejemplares viejos y rarísimos. En mi poder tengo La Biblia que perteneció al obispo don Fray Antonio de Valdivieso, él fue asesinado por Hernando de Contreras en León, el veintiséis de febrero de 1550; La Biblia data de 1544, año en que él tomó posesión de la Diócesis de la Provincia de Nicaragua. Mi tío Cleotilde sabe que tengo La Biblia ésa, el día en que se dio cuenta casi se murió del susto en mi cuarto, quiso quitármela, me negué a entregársela, insistió en quitármela y me amenazó con decirle a mis padres, le alegué que una confesión no puede traicionarse y que me había perdonado ya, asimismo le recordé que prometí que el Seminario Nacional heredará mis libros y me dejó en paz. Mi tío Cleotilde se alegra cuando ve nuevos ejemplares en mi cuarto y me recuerda mi prometimiento; él manifestó a los servidores de Dios en el Seminario Nacional que mis libros irán a parar a los anaqueles de la biblioteca de éste. Mis padres piensan que tengo un corazón del tamaño del volcán Mombacho por mi decisión de que el Seminario Nacional heredará mis libros, mi corazón es pequeño y mi decisión es el pago a la peninetencia que me impusieron.

Don Leoncio Mercedes cuenta setenta y seis años, no necesita de bastón para caminar, ni caminaba arrastrando los pies. Él es un viejo atractivo: alto, delgado, blanco, ojos de gato, narizón. Él veneraba a Dios sobre todo las cosas. En los años mozos lo persiguieron las mujeres, no lo dejaron en paz y casi lo enloquecieron; para que no lo siguiesen persiguiendo ellas, optó por refugiarse en un seminario salvadoreño para ordenarse de sacerdote pese a que no estaba consciente de la determinación. Poco antes de ordenarse abandonó el seminario y se inscribió en la universidad donde estudió cinco años para maestro de matemáticas; a mediados de los estudios, él se casó con doña Ligia Eufemia, una muchacha salvadoreña con gusto y buenas maneras, ella provenía de una de las familias adineradas de aquel país. Don Leoncio Mercedes se graduó de maestro, regresó de El Salvador acompañado de la mujer y las dos hijas y se estableció en Juigalpa. La esposa se acostumbró a las excentricidades de él, éstas no eran pocas, mas no compartió la vejez con él, los separó el sino de los seres a quienes ya no los une el amor si no la costumbre. El agente secreto del sino fue doña Nereida del Socorro, de blancura rosada, alta y delgada; contaba dieciséis años y cursaba el tercer año de secundaria. Ella se enamoró perdidamente de él y con franqueza y sin pena le declaró su amor puro y su decisión inquebrantable de luchar por su amor, no lo dejó a sol ni a sombra. Don Leoncio Mercedes, en aquel tiempo contó cuarenta y nueve años, se cansó de huirle y se entregó; doña Nereida del Socorro lo poseyó y él gozó de la virginidad de ella y correspondió a su amor desinteresado; él se olvidó de su presente hasta que doña Ligia Eufemia, desesperada y pensando que le había ocurrido una desgracia, no lo encontró tres semanas más tarde con la amante joven en los goces de sus amores en una pensión boaqueña. Doña Nereida del Socorro se encaró con doña Ligia Eufemia porque don Leoncio Mercedes se refugió en el cuarto de los servicios higiénicos y sólo lo abandonó cuando la amante le informó que la madre de sus seis hijos e hijas se había retirado después de que ella la convenció con razonamientos sencillos de la inutilidad de enfrentarse a ella y al amor carnal y espiritual que los unía. Doña Ligia Eufemia se decidió a volver a su país y se lo informó a doña Nereida del Socorro, ésta le ayudó en la venta de la casa, en el traslado a San Salvador, en los trámites de los asuntos pendientes, entre éstos los del divorcio, etcétera. Doña Nereida del Socorro propuso matrimonio a don Leoncio Mercedes, él la recibió por esposa. Ella parió el primer hijo poco menos de un año más tarde y no continuó con los estudios. Don Leoncio Mercedes construyó una casa y compró una pequeña casa/hacienda cuya ubicación estaba en la entrada de Juigalpa; en ésta perdía la mayor parte del tiempo libre, ahí tenía la biblioteca y la tierra necesaria para realizar las investigaciones botánicas cuyas motivaciones lo motivaron a estudiar ingeniería agrónoma; él obtuvo diferentes especies de naranjas, entre éstas la naranja washingtoniana, una proeza en las tierras chontaleñas; posteriormente, él vendió la casa para financiar los proyectos botánicos y la segunda esposa y los hijos e hijas mudaron a la casa/hacienda. Él invirtió dinero en numerosos proyectos insólitos cuya cabeza tremenda produjo en sueños; no tuvo suerte, empobreció y no aprendió. El último proyecto en grandes dimensiones fue un fracaso colosal; se le ocurrió que en tierrras caraceñas podría producir uvas y manzanas de la mismas calidad y tamaño de las uvas renanas y de las manzanas californianas y unas especies singulares de plantas; él solicitó su traslado de maestro al departamento de Carazo y vendió la casa/hacienda y lo que tuvo de valor; se trasladó con doña Nereida del Socorro y los hijos e hijas a esa ciudad y compró terrenos caraceños al contado y a plazos. Tres años devinieron y se fueron abajo los proyectos y tuvo problemas enfadosos en el centro de trabajo; se decidió a volver con su familia a Juigalpa. Don Leoncio Mercedes regresó de Carazo sin dinero y sin trabajo mas con proyectos nuevos; mi abuela Esilda le prestó dinero; él compró un lote de terreno en las cercanías del centro juigalpeño cuya mitad de extensión era un barranco y construyó una casa. Los años siguientes fueron terrible para don Leoncio Mercedes y su familia; él no obtuvo empleo, la familia se mantuvo con el dinero cuya esposa, contando con la participación de los hijos e hijas, ganó vendiendo tortillas y panes. A él se le ocurrió probrar fortuna en los Estados Unidos de América, la esposa no se opuso, lo apoyó. Don Leoncio Mercedes penetró ilegal y anduvo de aquí para allá tres años por los territorios de Tejas y California; él trabajó en lo que encontró; el último año en San Francisco tuvo suerte, lo emplearon en una escuela bilingüe y ahorró para volver a Juigalpa, no soportaba la ausencia de su mujer. Él regresó de los Estados Unidos de América y escribió un libro sobre las experiencias de camisa mojada. Don Leoncio Mercedes continúa con los proyectos, cuenta con el apoyo de su familia y trabaja medio turno de maestro de matemáticas. Uno de los hijos se ordenó de sacerdote, otro se graduó de ingeniero civil, una de las hijas es licenciada en Ciencias Sociales y los otros y las otras estudian en la universidad o en una escuela secundaria. Doña Nereida del Socorro perdió la delgadez, es una cuarentona simpática que vive para el esposo.

Rosa María y Clarisa no son hermanas, son primas. Ellas provienen de un caserío a quince quilómetros de Murra. Tienen la oportunidad de estudiar el bachillerato en Boaco gracias al hospedaje y a la ayuda económica de mi abuela Esilda. Rosa María tiene dieciséis años, es algo feita y para su desventura es haragana; padece de calenturas sexuales, esto no lo sabe mi abuela Esilda; cuando yo vengo a Boaco, ella viene a mi cuarto y hacemos el amor; sé que es un pecado, no es mi culpa, tampoco la suya; si alguien es culpable, estoy seguro de que es el Diablo cuya tarea es tentar a la gente para que peque. Clarisa cuenta quince años, es algo atractiva y para su suerte es hacendosa; es santurrona, mi abuela la apoya en el empeño de convertirse en monja, le aseguró costeará los estudios. Mis tías lejanas no se llevan bien, se soportan, en la casa de mi abuela Esilda cada una de ellas vive su propia vida. Clarisa sabe que Rosa María es muy caliente y se baja la braga rapidito, no se lo cuenta sí a mi abuela Esilda; Rosa María sabe que Clarisa no contará las copulaciones suyas a mi abuela Esilda, la tiene en las manos: Clarisa es cleptómana. Yo tengo una buena relación con las dos. Sus padres las quieren y les conceden privilegios debido a que ellas no tienen hermanas. El padre de Rosa María es hermano gemelo de la madre de Clarisa y el padre de ésta es hermano gemelo de la madre de aquélla; los padres de Rosa María se llaman Antonio y Antonia y los de Clarisa Agustín y Agustina; los padres se casaron el mismo día y las madres parieron en el mismo año y mes y en la misma semana a sus hijos.

Rosa María agradece el primer nombre a Santa Rosa, sus padres son sus devotos y ésta es la única santa de la corte celestial a la que ellos le encienden una veladora los días domingos, y su segundo a la madrina de bautismo con quien su madre tiene una buena relación desde los años en que eran unas niñas. Clarisa debe su nombre al azar cuya jugada metió por medio cuando sus padres hablaron de que recibiese Agustina por nombre. Agustín afirmó que se llamaría así por él y la mujer lo corrigió: sería por ella. Ellos tuvieron un pleito tremendo, él se fue de casa y se instaló en casa de Matilde, ésta vivía con su tía doña Clarisa, cuya partería le dispensaba la gratitud de las madres del caserío, y copulaba con él y con Antonio. Los cuñados ignoraban que ella copulaba con los dos, se consideraban el padre de su hijo y del ser que crecía en sus entrañas. Antonio se dio cuenta de que su cuñado estaba viviendo con Matilde y fue a reclamarle, Agustín no se quedó con la boca cerrada, se liaron a golpes hasta que no se cansaron, sin vencer ninguno en la pelea. Antonio regresó a su casa y vino al otro día, a la misma hora, para pelearse con Agustín, el resultado fue el mismo. Tal escena se repitió las tres semanas subsiguientes y cansó a doña Clarisa, ésta fue a casa de Agustina, habló con ella y la convenció de que fuese a traer a su hombre. La pareja se reconcilió y, en agradecimiento a la partera, bautizaron a la hija con el nombre de ésta. Los cuñados continúan copulando con Matilde y cada uno de ellos cree que es el padre de los hijos y las hijas de ésta. Ellos no se dirigen la palabra, igual que sus esposas, ellas se malquieren desde antes de ser cuñadas sin saberse los motivos; independiente de eso, Agustina tiene buena relación con su hermano y Agustín con su hermana.

Un sábado por la noche vagué por las calles, aburrido opté por meterme en una casa de billar (no puedo jugar al billar mas me agrada ver a jugadores y apostadores). Me atrajo el ambiente del local, parecía uno de esos locales cuyos pormenores vi en películas de vaqueros o de misterio: hombres mal vestidos y grotescos cuyas caras de malos causaban miedo. La atmósfera estaba cargada con el humo de los fumadores y una roconola sonaba sin interrupción; inferí por las melodías, cuyas letras oía a pesar del bullicio, que el fulano que las seleccionaba era un acosado por penas amorosas. Vi unas partidas de billar y salí a la calle para respirar, salió conmigo un señor pelón y feísimo, él aparentaba sesenta años, tenía un gran mondongo y vestía mal, su apariencia era desaseada. El tipo encendió un cigarrillo y me ofreció uno; no acepté éste. Él quedó viéndome, me inquietó; no me quitaba los ojos de encima y me decidí a entrar al billar de nuevo.

»¿Cuántos años tienes?«

»¡Quince!«, contesté y traté de retirarme.

»Espera, muchacho. ¿Qué haces? ¿Estudias?«

»¡Sí, estudio!«

El tipo pelón y feísimo preguntó más y respondí de mala gana, mis deseos eran contestarle irrespetuosamente y mandarlo al Diablo; no me agradaba, me veía con ojos libidinosos. Él notó mi inquietud.

»¿Cómo es tu verga? Se repinta mucho en tu pantalón. Yo tengo la impresión de que es grande. Pero mejor dime, muchacho: ¿Es larga o corta? ¿La tienes grosísima? Vamos al cementerio«, éste estaba en las cercanías, »ahí te la sacas y me la muestras.«

Quise gritarle obscenidades, era un viejo y no quise proceder de manera vulgar. Lo vi con malos ojos y regresé a casa.

Necesario López es el panadero de mi barrio, cuenta cincuenta y cuatro años de edad. Él no cree que la muerte sea Dios, no cree en éste, cree en el amor; él ama a la mayoría de las empleadas de la calle de mi barrio y la mayoría de ellas fueron sus amantes. No es un Rock Hudson; es todo lo contrario a un adonis, es feo, la cara la tiene llena de espinillas; es pequeñuelo, entre sus piernas puede pasar un toro sin tener problema y está pasado de quilos; no obstante de que es feo y pequeñuelo y gordo, es el hombre que más quieren y estiman las muchachas trabajadoras; él asevera que tiene un corazón grandísimo cuyas dimensiones son las mismas que tiene la Luna, éste pertenece a las muchachas trabajadoras del barrio. Necesario López posee un club de baile cuyo nombre es Pasión. Los viernes y los sábados van las muchachas trabajadoras al club. Pasión es un templo, ahí se rinde tributo al amor; el papel de Necesario López se limita a ser el intermediario entre los visitantes y el Dios del Amor. En Pasión se baila mambo, cumbia y salsa; los galanes visten de camisa floreada y calzan zapatitos blancos; las mujeres llegan pintarrajeadas, visten trajes muy apretados y bien cortitos (esto permite que cualquier persona vea prendas interiores cuando ellas bailan el mambo de Pérez Prado y las cumbias de la Sonora Matancera), y calzan zapatos que se caracterizan por los terribles tacones altos (no sé, ¿cómo hacen ellas para bailar con soltura con tales zapatos?). Necesario López no usufructúa dinero de Pasión, la entrada es gratis; él dice que las actividades en Pasión no son para sacarle la plata de los bolsillos a los visitantes. Pasión publica un boletín por trimestres, las colaboraciones provienen de visitantes o interesados; yo ayudo en la redacción y, en general, preparo el crucigrama; el boletín no se vende, se regala, se distribuye en las pulperías, las carnicerías, la zapatería, y las dos sastrerías del barrio; el boletín lo leen las muchachas trabajadoras y los trabajadores del barrio y otros barrios managüeños. En Pasión han debutado conjuntos musicales managüeños de salsa y cumbia y en el club se celebra el concurso nacional de tango cada año; en el transcurso del tiempo, éste se convirtió en una tradición de los managüeños amantes del tango; son dos días de tango, en uno se canta y en el otro se baila; el lema ha sido: “El tango ayer, el tango hoy, el tango siempre”. La pasión de Necesario López por el tango tiene origen en su padre (éste amó, cantó y bailó tangos); Carlos Gardel es su ídolo, en una de las paredes del club cuelga una fotografía del che argentino, ésta alcanza ciento setenta y cinco centímetros de largo y noventa de ancho; él sabe de memoria la mayoría de los textos de los tangos que cantó Gardel. »El día en que me entierren no quiero el sermón de un cura porque no creo en Dios. Quiero que las personas que asistan a darme el último adiós canten con ganas un tango. No me importa cuál, con tal que sea un tango del maestro Carlitos Gardel«, oí de él.

Soy muy buen amigo del vecino de la casa de mis padres, él tiene Pedro Altamirano por nombre y apellido, yo le agrego don. Él afirma que no huye, ni se esconde de la muerte, baila mambo con ésta. Don Pedro Altamirano fue un hombre hermoso y tuvo unos bigotes elegantes; cuenta cincuenta y ocho años de edad y es un ateo simpaticón; no porta bigotes ya. Don Pedro Altamirano tuvo un lío con don Eduardo Volado Tirado, ex coronel del ejército, vecino suyo y nuestro. Don Eduardo Volado, en aquel tiempo lucía el grado de capitán en el uniforme militar, amenazó con la pistola a don Pedro Altamirano y él, que no temía, ni teme de la muerte, se le tiró encima, le quitó la pistola y con ésta lo golpeó en la cabeza, le abrió un pequeño, profundo, hueco por donde le manó sangre; don Eduardo Volado lloró y doña Adalberta Duarte de Volado, su esposa y el origen del lío, llamó por teléfono a la policía. Un coche policíaco vino a nuestra calle, tres policías salieron de éste y se presentaron en casa de mi amigo con ánimos de arrestarlo, él apaleó a dos de ellos y el tercero huyó de las cercanías y solicitó refuerzos. Dos camiones de la Guardia Nacional vinieron repletos de guardias nacionales, parecían que venían a la guerra; don Pedro Altamirano no esperó a que ellos bajasen de los camiones, disparó balas con su fusil, los guardias nacionales combatieron con bravura y cada segundo que pasó fue un segundo que mi amigo se ganó la solidaridad de los vecinos. Los periodistas de los periódicos de oposición aparecieron y el combate fue transmitido en vivo por los canales de radio y televisión; ellos entrevistaron a personas y la mayoría opinó que don Pedro Altamirano ganaría el combate. Grupos de solidarios armados vinieron al lugar de los sucesos y los guardias tuvieron que volver a solicitar refuerzos para hacerles frente. El general Anselmo Guineo Desguachipado, Jefe de la Guardia Nacional y hermano menor del ingeniero Laureano Guineo, presidente de la República en aquel año, envió los refuerzos solicitados; éstos llegaron pronto al lugar del combate y éste alcanzó para tanto. Mi tío Cleotilde, como obispo de la ciudad capital, intervino y habló por teléfono con el ingeniero Laureano Guineo, éste estaba de vacaciones en Miami. El ingeniero Laureano Guineo contactó con su hermano y con don Pedro Altamirano y les pidió que solucionasen el problema como dos viejos amigos; mi amigo y vecino conversó con el general Guineo, nadie supo lo que ellos conversaron; luego habló don Pedro Altamirano por los canales de radio y televisión del gobierno y solicitó a los grupos de solidarios armados que se retirasen del teatro de los acontecimientos; retornó la paz y mi amigo y vecino a su normalidad sin importale que los políticos de la oposición lo llamasen renegado y traidor. Don Pedro Altamirano sigue bailando el mambo con la muerte, continúa juntándose sexualmente con doña Adalberta Duarte de Volado entre tanto es amigo de don Eduardo Volado con quien se emborracha de tiempo en tiempo.

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