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Borges es un clásico de la literatura

Aníbal Ramírez | | Artikel drucken
Lesedauer: 6 Minuten

En mil novecientos setentisiete, tuve la oportunidad de leer a Jorge Luis Borges. Era una antología de poemas, historias y ensayos. En ese año cumplía él sus setentiocho años de edad y publicaba sus libros „Nuevos cantos de Bustos Domecq“ en colaboración con Bioy Casares, „Historia de la noche“ y „Rosa y Azul“. En Nicaragua se iniciaba una nueva etapa de la lucha entre los sandinistas y el ejército de Somoza.

Eran tiempos difíciles, tiempos de guerra. La antología de Borges me llego a las manos gracias a la amistad de una cuñada de mi papá que era profesora de Literatura de la universidad. En Nicaragua adquirir un buen libro era una epopeya o había que tener suficiente dinero para poder darse el lujo de obtener un buen libro. En la actualidad la situación no ha cambiado. Debo confesar que esa antología me gustó para nada, no por la elección, de los trabajos de Borges, sino por la misma obra del autor: no me sentí atraído hacia la obra de Borges, me resultó demasiado engorrosa e intelectual. Todavía perduraba en mí el aroma nerudiano, así como de Federico García Lorca y Vicente Aleixandre, en la poesía, y la influencia de Gabriel García Márquez en los cuentos y la novela. Borges no fue ni es un poeta para las multitudes, como no lo fue Rubén Darío, y sí lo fue Pablo Neruda. Es, hasta cierto punto, correcta la aseveración por parte de Octavio Paz, que Borges era un escritor para escritores, aunque no se debe dejar de apuntar, opino, que una buena parte de su obra poética es magistralmente sencilla, producto de su maestría, y fascinante. Tuvieron que pasar muchos años, con la correspondiente lectura de un sinnúmero de autores, para volver a caer en la obra de Jorge Luis Borges. Y fueron otros los pareceres que tuve de su obra. Aprendí lo que él muchas veces, en su obra, recalcó, la relectura de un libro. Y a través de la relectura de sus libros fui penetrando más en su mundo fantástico, en su Buenos Aires de las milongas y los tangos y los seres tan particulares como Macedonio Fernández o su Evaristo Carriego.

Sentí la necesidad de releer todos sus libros. Y cada vez que leo los libros de él, que van cayendo en mis manos, me deleito extraordinariamente. Y es que Jorge Luis Borges es un clásico de la literatura universal. El pertenece a los más grandes escritores de este siglo. Su obra no es una obra de un tiempo, sino del tiempo, ése al cual él se dedicó a descifrarlo a través de sus fascinantes cuentos. Y a Borges hay que saber leerlo, o sea, saber leer. Es curioso, empero a Jorge Luis Borges, empecé a leerlo y a introducirme en su lectura en alemán. Ya él había fallecido en Genf en mil novecientos ochentiséis, y diez años después de haber leído la antología de su obra en Managua. En !a biblioteca de la Universidad de Leipzig, los pocos textos de él que se podían prestar, estaban en alemán y en las librerías de Leipzig era imposible poder adquirir un texto en español. Y para mi sorpresa, me resultó agradable leerlo en alemán. Jorge Luis Borges es uno de los escritores que se caracterizan por su lenguaje, su palabra escrita, preciso, completo y compacto, sin escribir más de lo necesario, con pocas palabras diciendo mucho, sin caer en el lenguaje telegráfico, y para mí monótono, de Mr. Hemingway. Esto, pienso, posibilita su traducción de una manera exacta y sin caer en lucubraciones exageradas, que hacen parecer la obra del autor en una obra del traductor, a pesar que yo opino, que el traductor es un segundo autor, empero segundo. Recuerdo que en los primeros años de la revolución sandinista en Nicaragua, algunos intelectuales acercados a la cúpula del poder, hablaban muy bien y muy mal de Borges. Alababan su obra literaria de forma extraordinaria y criticaban desmesuradamente al hombre común y corriente, si bien Borges no era ni muy común ni muy corriente, quizá vale lo que el señor Paz decía, que posiblemente Borges fue una ficción, como sus relatos inigualables. Le criticaban sus posiciones demasiado conservadoras. Uno de los Comandantes de la Revolución, Tomás Borge Martínez, era uno de éstos. Poseían, no sé si aún lo poseen, el criterio que la obra de Jorge Luis Borges era una obra encarnada en la dialéctica, aunque claro está, que la dialéctica de ellos era la del materialismo dialéctico, la dialéctica del marxismo-leninismo. Es muy singular, pero acertado, que la obra de Borges es una obra dialéctica, empero una daléctica natural, no forzada como la de los marxistas, una daléctica inherente a un raciocinio fantástico, fíctivo con raíces en la América de su tiempo y su historia. Es de recordar que Borges fue más latinoamericano que muchos de los que se llaman rimbombantemente escritores latinoamericanos. Posiblemente el problema está en que Borges fue un excéntrico y esa su excentricidad fue universal. Es cierto que Borges fue tradicionalista, pero no por eso un reaccionario, a como se le critica. Según lo que he leído de él, tanto en sus libros como en su entrevistas, me parece que fue un hombre muy honrado y muy fiel a sus ideas. A lo mejor vivió demasiado en el mundo de la ideas, que pudo haber perdido o confundido en momentos la realidad, lo cual lo hizo pasar por ingenuo en determinadas oportunidades. Los aspectos anteriormente señalados son algunos de mis puntos de vista y experiencias acerca de la obra de Borges. No he querido hacer una crítica ni un artículo literario, para apuntar que la editorial Fischer está publicando la obra de Jorge Luis Borges en veinte volúmenes y que el tomo número uno contiene los tres primeros libros de versos de Borges: Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno de San Martín. No cabe duda que la traducción de Gisbert Haefs es buenísima y que no hace deslucir las obras de Jorge Luis Borges. Sólo cabe señalar que en esos tres libros de poemas, sobre todo en el primero, Fervor de Buenos Aires, encuéntranse los puntos ejes y de posterior desarrollo de lo que será la obra de Borges. Ahí está ya su interminable acertijo: el tiempo; su ciudad: Buenos Aires; y su extremada originalidad, humor y picardía. Este libro, Fervor de Buenos Aires, fue publicado por Borges en mil novecientos veintitrés, aunque escrito entre mil novecientos veintiuno y veintidós. Publicado en tan sólo cinco días, pues el autor debía regresar a Europa. Mas sin embargo resultó ser una obra de la literatura universal.

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