Lo que estoy escribiendo y leyendo en estos momentos sucedió hace un par de años en el país donde nací. Había regresado de Europa hacía poco y un amigo me invitó a dar un recital en un café literario llamado El Péndulo. Acepté gustoso el reto y fui al sitio que ya había conocido antes bajo el nombre de Cronos, que a mí personalmente siempre me sonó a marca de reloj chiviado. Fueron alrededor de las ocho de la noche y antes de que el acto empiece necesité tomarme un par de cubas libres para poder aplacar esos ataques de nervios que me atrapan cada vez que debo enfrentarme a un público. Ya más calmado me senté en la mesa central junto al otro escritor invitado sin tener idea de cuál o cuáles textos iba a leer y por suerte mi compañero de mesa empezó.
Mientras él hablaba comencé a buscar en mi pequeño libro lo que leería unos minutos después. No lograba decidirme qué era lo más adecuado para aquel momento y la desesperación hizo que opte por lo más sencillo. Cerré los ojos y abrí el libro en una página cualquiera.
En la página escogida estuvo el cuento que precisamente estoy escribiendo, también leyendo en este café, que luego volveré a leer y que luego lo escribiré. Al leer esto que estoy escribiendo, alguna gente se miró a la cara, creo que entendían lo que sucedía un poco menos de lo que yo entiendo.
No supe exactamente cómo pude estar en esos momentos leyendo lo que en estos momentos estoy escribiendo. Tampoco entiendo del todo ahora cómo puedo estar escribiendo lo que estoy leyendo, y que luego volveré a leer frente a ustedes, y que luego lo escribiré.
Tomé un sorbo del vaso con agua que estaba frente a mí, que está frente a mí, y miré a las personas que estaban, que están, frente a mí: a la camarera alta que estaba, está, cobrando una cuenta; a la mujer de rojo que estuvo, está, sentada en la mesa del fondo; a esa pareja joven que en lugar de escucharme estuvo, está, besándose; y al señor de barba blanca y chaqueta azul que está, estuvo, frente a mí. Todos se miraron, se miran, unos a otros como incrédulos de lo que estaba, está, sucediendo. Todos rieron, ríen, un poco. Yo hago, hice, lo mismo y continué, continúo, leyendo.
Dado que lo que estoy escribiendo, o leyendo, sucede paralelamente en estos recuerdos que garabateo, aquí en el rincón del Péndulo donde estoy dando un recital, y que de seguro volverá a pasar, porque esta experiencia la escribiré y la leeré aquí y luego la volveré a escribir para volverla a leer sabiendo que todo habrá de repetirse hasta no sé cuándo y siento que me voy a volver demente pero nunca llega el momento.
Perdón. Como decía, o escribía, dado que esto se da en los tres tiempos al mismo tiempo, y sería muy complicado, engañoso, largo y aburrido escribirlo, o hablarlo, concomitantemente en pasado, presente y, quizá, en futuro, utilizaré de aquí en adelante sólo el pasado, sin que eso signifique que hay que olvidar el paralelismo que existe.
Pues bien, así es más fácil y ameno, luego de escuchar las risas y de reírme y de aclarar, si se puede llamar así, lo del paralelismo del tiempo, seguí leyendo el texto sin dejar de notar de cuando en cuando pequeños cuchicheos que revelaban una especie de asombro por parte del público.
Al terminar, un crudo escalofrío en la espalda me quitó los ánimos de leer otro texto, así que me retiré de la mesa. Apenas pude safarme de las personas que me acosaban con felicitaciones y preguntas que nunca pude responder, alcancé la barra y pedí un vaso desbordante de ron con hielo. Cuando lo terminé de un solo sorbo, ya mis oídos no estaban para felicitaciones ni preguntas. Tan sólo sonreía como tonto y trataba de agarrarme de algún sitio para no caerme. De pronto se acercó el hombre de barba blanca y chaqueta azul que estuvo sentado frente a mí durante el recital y me sacó casi a rastras del café.
El aire de la calle me recuperó un poco y antes de que intente regresar al café me dijo:
– Espere un momento, no es mi intención dañarlo. Creo que bebió demasiado en muy corto tiempo y…
– Parece que a mi madre le han crecido cabellos en el rostro- le contesté de forma un poco altanera antes de que termine la frase.
– No soy su madre, ni intento serlo. Tampoco sé por qué lo saqué del café. Es más, no tengo idea de por qué me metí en ese recital. En estos momentos tendría que estar en mi casa y no sé qué hago aquí- contestó mi grosería mientras se dirigía a un auto que estaba parqueado ahí cerca.
-Que bueno es tener un taxi a la mano. Tomando en cuenta las banboleantes circunstancias- terminé la frase e hipé dos veces como para completar el espectáculo.
– Quizá el caballero podría ayudarlo en esos menesteres- dijo refiriéndose al amigo que me había invitado al recital y que en esos momentos salía del café.
– ¿Dónde te metiste „Profeta”? – dijo mi amigo sonriendo- Adentro dejaste a toda la gente inquieta por tu relato. Creo que deberías regresar y despejar muchas dudas.
– A quién te refieres con lo de „Profeta“, al señor que está abriendo su auto o a mí- hablé con tono irónico.
– Por supuesto que me refiero a ti. Adentro te acaban de bautizar como „Profeta“. Qué dices, regresas al café o prefieres inspirarte con la estruendosa calle y el cielo nublado- me inquirió finalmente.
– Mejor me voy de la mano de las nubes- contesté y comencé a caminar sin hacer caso de ninguna otra palabra del amigo que seguramente habrá regresado al café.
Luego de un buen tiempo en que escuché cientos de pitos de autos, gritos e insultos, apareció frente a mí el mismo hombre de barba blanca.
– La Madre Peluda- grité y comencé a reír.
– Creo que no soy ni la Peluda ni la Teresa de Calcuta pero me parece inhumano dejarlo caminar en media avenida- balbuceó mientras me conducía del brazo hacia su auto.
– No ve, yo le decía que es bueno tener un taxi a la mano- caí de rodillas antes de subirme al auto.
– Me parece que para poder aguantar a los profetitas hay que beber primero unas dos botellas de brandy- me ayudó a levantar y me empujó dentro del auto.
– ¡Huy, brandy, qué fino!- dije dentro del auto haciendo ademanes mientras él abría la puerta izquierda del auto.
– No sé por qué demonios me suceden estas estupideces- refunfuñó mientras encendía el vehículo.- Así que, dónde vive señor „Profeta“. Le voy a dejar en la puerta de su casa, tal y cual como si estuviese en un taxi.
– Pues, vivo un poquitín lejos- apreté los labios y parpadeé varias veces.
– No importa lo lejos que usted viva, dígamelo rápido y le llevo- habló en tono un tanto alterado.
– Pues vivo en Santo Domingo de los Colorados- nuevamente apreté los labios y parpadeé.
– Pero está seguro. Escúcheme bien, le pregunté que dónde vive, no hacia dónde le gustaría ir- movió la cabeza y empezó a caminar el auto.
– Sí, escuché y entendí perfectamente- viré la cabeza y quedé dormido.
Desde el sitio donde estuvimos hasta Santo Domingo de los Colorados hay casi cuatro horas de camino. No sé por qué le dije a aquel hombre que vivía allí cuando yo vivía apenas a una media hora del café.
Al despertar ya se me había pasado el efecto del alcohol y estábamos en aquella ciudad. Él me preguntó acerca de mi dirección precisa y no tuve qué responderle pues aún no me daba cuenta de lo que sucedía. Detuvo furioso el auto y me tomó de las solapas- He viajado casi cuatro horas por hacer una obra de misericordia humana. Son más de las dos de la madrugada. Estoy totalmente cansado. No sé cómo ni a qué hora estaré de vuelta en mi casa. He perdido la paciencia y si usted no me dice en este momento su dirección o para dónde demonios debo dirigirme, le aseguro que coloco su cabeza debajo de los neumáticos.
– Al instante recordé lo que le había dicho y para no alterarle más indique con la voz bajita y el índice tembloroso que siga recto la calle central y que al quinto semáforo vire a la derecha. No supe a dónde nos dirigíamos y cruzaba los dedos porque la circulación de la calle luego del quinto semáforo permita transitar hacia la derecha. Llegamos al cuarto semáforo y el auto se detuvo. Se le había agotado la gasolina. Tuve que cogerme la boca para no soltar una carcajada. Él, abrazó el volante y comenzó a reír como un histérico.
– Bueno, por lo menos estamos a unos pocos minutos de donde vive. Empujaremos el auto hasta allí y espero que en agradecimiento me permita pasar la noche en su casa- dijo reduciendo gradualmente las risotadas hasta acabar mirándome furioso.
– Por supuesto, no faltaba más. Incluso le invitaré un brandy y le permitiré escuchar mi disco más apreciado de pasillos- le contesté sin saber por qué le seguía mintiendo.
– Cómo pude olvidarme de preguntarle por una gasolinera si el indicador del vehículo empezó a titilar un poco antes de entrar a la ciudad. Este ha sido un día de sinsentidos. Sí, creo que aceptaré la invitación. A estas alturas necesito un buen brandy para calmarme- contestó y tuve ganas de decir nuevamente „!Huy, brandy, qué fino!“.
Comenzamos a empujar el auto y antes de virar a la derecha en la calle del quinto semáforo – Sólo faltaría que estos tipos nos asalten- dijo refiriéndose a cuatro hombres que se acercaban. Nos detuvimos unos instantes sin retirar nuestra posición contra el auto hasta que pasen, pero ellos se acercaron hacia nosotros y uno nos dijo que podíamos elegir entre un tiro en la cabeza y entregarles todo lo de valor que llevábamos. Cuando nos dimos la vuelta otro tipo dijo: ¡Mira, un barbudo y un orejón, y están empujando un carro!
Se miraron entre sí y el más pequeño de ellos salió corriendo para regresar en poco tiempo trayendo un galón de gasolina. Cargaron de combustible al auto y sin decir una palabra más nos llevaron hasta una casa grande iluminada con luces de neón. Fuera estaba parada una señora rubia, alta y fornida que agradeció a los tipos y nos invitó a entrar al sitio. Después de pasar por un inmenso corredor lleno de puertas y una pista de baile repleta de mujeres semidesnudas y borrachos, subimos a un altillo desde donde se podía observar todo el movimiento del lugar sin escuchar el menor ruido.
– Hola, soy Argenta – nos dijo-. Llegaron justo cuando me lo dijeron. Espero que mis amigos no los hayan asustado mucho.
– No me asustaron en lo absoluto, y más bien le felicito por la novedosa técnica de captar clientes- dije mientras me acercaba a ella.
– No es una nueva técnica para captar clientes, mi querido „Profeta“ – dijo ella acariciando mi mejilla-. Ustedes me pidieron desde algún tiempo que les mande a alguien que pueda ayudarles con el problema del auto y que luego los esperara en la puerta de mi local a las dos y treinta y cinco en punto para que gentilmente les haga pasar la noche aquí, dado que es muy tarde y el profetita mintió con lo del domicilio- terminó dirigiéndose al hombre de barba blanca.
– Me parece estar soñando. No sé por qué he hecho tantas cosas absurdas esta noche, ni por qué me ocupé de este farsante – dijo él señalándome-. Y lo más absurdo es que justo en el instante que llegamos vi el reloj y marcaba precisamente las dos y treinta y cinco de la madrugada. No encuentro otra explicación, estoy soñando, seguro.
– No estás soñando queridito – dijo ella mientras sacaba una botella de brandy de uno de los cajones del escritorio-. Si quieres pellízcate y compruébalo. Ustedes en el primer tiempo, o con más exactitud, en algún tiempo, fueron muy amigos y luego de ese recital donde estuvieron vinieron a dar totalmente borrachos en Santo Domingo. El carro se paró en el mismo sitio de hace unos minutos, también se le acabó la gasolina. Luego alguien, hasta ahora no se sabe quién, los asaltó, los golpeó hasta casi matarlos y los tiró a unos metros de la puerta. Para evitarme problemas con las autoridades decidí meterlos en el local y tratar de atenderlos. El Maestro, al cual van a conocer mañana, tuvo que venir a ayudarme al siguiente día pero tampoco pudo hacer mucho y necesitamos llevarlos al hospital. Luego supimos que tú, profetita, quedaste sin un ojo, y tú llevaste la peor parte pues un golpe en la columna te había dejado inválido. Al cabo de unas semanas ustedes también se convirtieron a las enseñanzas del Maestro y lo siguieron por el resto de sus vidas. Luego se mandaron mensajes a sus pasados y desde aquella ocasión se están repitiendo las cosas casi de la misma manera. Las únicas salvedades son que en los otros tiempos ustedes ya no son grandes amigos y que cuando llegan a esta ciudad ya no los asaltan sino que los traen donde mí.
– Creo que bebí demasiado, y creo que la señora se acaba de mandar una dosis de LSD o algo por el estilo- dije dirigiéndome al hombre de barba blanca.
– En estas circunstancias no sé qué pensar o qué decir, pero gustoso le aceptaría a la dama una copa de lo que tiene en la mano- dijo él señalando ligeramente la botella de brandy.
– Pueden tomar lo que deseen. Si quieren dormir pueden utilizar cualquier cuarto del corredor, y si necesitan compañía sólo háganlo saber. Siéntanse como en su casa, y si ahora me disculpan necesito bajar a seguir atendiendo mi negocio.
Ella salió del altillo y nosotros nos servimos unos vasos de licor sin cruzar palabra hasta que él dijo que necesitaba dormir, o despertar, y se marchó. Yo, bajé al local y tomé varias copas hasta que decidí aceptar la compañía de una de las muchachas de allí y me metí en un cuarto del corredor.
Ya muy entrada la mañana, la mujer rubia nos llevó a conocer al hombre al cual llamaban el Maestro. Vivía en una casa antigua cerca del burdel, y para cuando llegamos estuvo esperándonos en las gradas de la entrada. Nos saludó por nuestros nombres y nos llevo al jardín trasero de la casa.
– Necesitan recuperarse un poco de la mala noche. Beban agua, de seguro les va a ayudar- nos dijo señalando unos vasos que estaban a los pies de un rosal.
– Disculpe Magíster, o Maestro. De casualidad no tiene una cerveza heladita y un cebiche de concha. Pienso que eso me ayudaría más para pasar la resaca- dije sobándome la cabeza por el dolor-. La gente no me llama Maestro por alguna razón existencial elevada sino porque mi profesión es relojero y yo fui el maestro relojero del barrio. Los que me conocen me llaman así y a mí no me disgusta- me habló acariciando una rosa. Luego se me vino una sensación de que debería cesar de hablar tantas idioteces y a la vez me vi a mí mismo sin el ojo izquierdo. No dije ni una palabra más y tomé el vaso con agua. Cuando lo terminé me sentí como resucitado y el Maestro (relojero) comenzó el discurso.
– Ustedes están aquí no porque yo lo quiero o porque ustedes lo quieren, sino porque nosotros ya nos encontramos, juntamos y vivimos algo semejante en el primer tiempo, y hay algunas cosas que aunque se intente no se pueden cambiar. O para decirlo mejor vuelven a suceder en algún tiempo sin que se pueda impedir. Quizá en otro tiempo nada de esto suceda, pero en éste tiene que suceder y es necesario enfrentarse a los hechos. Pronto sabrás cuál es el primer tiempo – dijo la última frase mirando al hombre de barba-. Y no es mi intención tener un intercambio de opiniones, o dialogar con ustedes – dijo mirándome justo en el momento en que pensaba „mira en que ameno diálogo me he metido“-. No soy brujo, simplemente te siento – volvió a dirigirse a mí cuando pensé „ ¡Huy, qué brujo!“. Allí decidí, por mi bien, mantener mi mente alejada de malos pensamientos.
– Sé lo que piensan porque puedo descifrar los mensajes que contienen las partículas electromagnéticas que emiten cada vez que se gesta un pensamiento. Sí, suena complicado pero es real – nuevamente cometí la imprudencia de pensar: Disculpe, por casualidad no podría hacerlo más complicado -. Tan real que puedo saber lo que ustedes piensan. Mucho tiene que ver con el primer tiempo – dijo dirigiéndose al hombre de barba-. Tú no te explicas, por ejemplo, cómo es que entraste a aquel recital, luego sacaste a Luis de allí y te ofreciste finalmente a llevarlo a su casa. Tú, en cambio no sabes por qué le mentiste acerca de que vivías en esta ciudad ni por qué le seguiste mintiendo cuando ya llegaron aquí, y lo que es peor, todavía no puedes explicarte cómo pudiste escribir un cuento en donde describías lo que sucedió en ese recital y justamente lo que está sucediendo. Como Argenta les contó, ustedes en el primer tiempo fueron muy amigos y cuando estuvieron, luego de ese mismo recital, en esta misma ciudad, algo espantoso les sucedió. Desde el primer tiempo ustedes se han estado enviando mensajes a su pasado para evitar que ese hecho terrible se repita. En su pasado, el hecho no se repite pero ustedes se vuelven a encontrar en el mismo recital, vuelven a viajar a esta misma ciudad, el auto se detiene en el mismo sitio, luego son ayudados y conducidos donde Argenta, quien les espera a las dos horas y treinta y cinco minutos de la madrugada. Es porque luego de este encuentro conmigo ustedes comienzan a practicar eso de mandarse mensajes a su pasado y tú – refiriéndose al hombre de barba blanca- en uno de los pasados del primer tiempo te comunicaste con Argenta para que les mande ayuda y les espere a esa hora exacta en su negocio. Sí, todo esto es complicado- dijo mirándome y quizá pidiendo que deje de pensar en ese tipo de cosas.
– Los dos ya han tenido muchas veces la sensación de que deben hacer o dejar de hacer algo, y cuando no hacen caso de lo que sienten se arrepienten por haber sabido lo que iba a suceder y no haberlo evitado- al parecer el hombre de barba también había sido objeto de ese tipo de sensaciones pues los dos movimos la cabeza afirmativamente -. Esa es otra prueba de que ustedes se siguen enviando mensajes desde el futuro para evitar que se repitan ciertos hechos, pero solo luego de este encuentro es que van a hacer caso a esas sensaciones. Y no estás soñando – dijo mirando al hombre de barba -. Para que lo puedas entender mejor, cada vez que se gesta un pensamiento en nuestro cerebro se desarrollan muchos fenómenos químicos que permiten que la información que está en nosotros se coleccione, sea reconocida y por último sea procesada. Todo ese movimiento químico en nuestras células, en nuestras neuronas, genera millones de pequeños choques eléctricos que permiten a su vez que nosotros desprendamos hondas electromagnéticas que en algún momento se tunelizan y se convierten en partículas que pueden viajar más rápido que la luz. No importa si ahora no me creen o no me entienden pues luego ustedes van a practicarlo – dijo poniendo su mano sobre el hombro del tipo de barba que tuvo la intención de marcharse -. El tiempo es una noción, una medida que nadie sabe donde empieza ni donde termina. Nadie sabe si el tiempo es curvo o plano. Si es único y se retroalimenta o si es múltiple y paralelo. De lo que sí puedo dar fe es que el tiempo se repite incesantemente, una y otra vez, miles y millones de veces. El primer tiempo al cual me refiero no es precisamente el tiempo originario, donde todos los hechos se sucedieron por primera vez. El primer tiempo es el sitio más lejano en el futuro desde donde he recibido mensajes, mis propios mensajes y también los suyos. La Teoría de la Relatividad nos dice que mientras la velocidad de un cuerpo más se acerque a la de la luz, el tiempo para este cuerpo transcurre con mayor lentitud. Y nos podemos preguntar qué pasa con el tiempo para este cuerpo si alcanza la velocidad de la luz e incluso la supera. La respuesta es sencilla: Aquel cuerpo puede viajar en el tiempo. Nosotros estamos constantemente emitiendo partículas que pueden superar a la velocidad de la luz, nosotros tenemos en nuestras manos la capacidad de viajar en el tiempo y el espacio. Al inicio tan solo creía que una persona podía enviar sus mensajes, sus partículas electromagnéticas hacia el pasado y de esa manera podía esa misma persona, que estaba en otra repetición del tiempo, hacer que reciba esos mensajes en el momento y espacio exacto para de esa manera corregir errores, evitar catástrofes, salvar al mundo que existía y que se repetía a nuestras espaldas. Sí, eso creía al inicio, en el primer tiempo, pero para el resto del mundo nunca pasé de ser el pobre vecino que enloqueció de tanto trabajar con relojes, un desquiciado que tenía tres fieles seguidores: Argenta y ustedes. Luego de ese fallido intento de salvar al mundo preferí llevar mi vida en los tiempos venideros con mayor calma y frialdad.
Cuando acabó de decir eso pensé en que todo lo que estaba hablando era una completa charlatanería y sólo necesité de su mirada molesta para saber que debía marcharme.
Pasaron muchos días en que todo lo que dijo el Maestro estuvo dándome vueltas en la cabeza, no me atrevía a poner en práctica eso de mandarse mensajes a uno mismo en otro tiempo. En aquellos días también tuve muchas corazonadas, más fuerte que de costumbre, de que debía hacer o dejar de hacer algo. Luego decidí hacerles caso y evité ser atropellado por un auto, también pelearme con un amigo y hasta pude conseguir un trabajo fijo al presentarme en una editorial el momento justo cuando necesitaban a alguien con mi perfil. Esos hechos hicieron que comience a practicar con seriedad aquello de los mensajes al pasado. Lo hice noche tras noche y día tras día, mientras tenía tiempo, y en verdad, mi vida comenzó a ser diferente, casi evitaba por completo fallas que podía normalmente cometer. Luego, cuando conseguí un trabajo de periodista siempre estuve en el sitio justo y el segundo exacto en que sucedía algo importante. Mi vida llegó a ser aburrida y sin mayores contratiempos, incluso llegué a manejar un estado de conciencia en el que se puede estar en varios sitios y varios tiempos a la vez. Puedo vivir mis propios actos en distintos tiempos y espacios y al final soy yo mismo, una sola persona. Sucede algo parecido a lo que en los sueños, cuando uno mismo, en el mismo instante es el ente activo, el pasivo y el testigo de los sucesos. Esa es precisamente la sensación, o malestar, así como en esos extraños sueños. Así es como ahora puedo estar leyendo esto en este recital y a la vez escribiendo lo que leeré en estos momentos. Mas, aunque pueda hacerlo no puedo entenderlo.
Alguna vez regresé donde vivía el Maestro para pedirle que me ayude a salir del laberinto pero encontré una casa de colores estridentes e iluminada con luces de neón. Al pisar la primera grada salió un niño rubio y corpulento de unos ocho años, el mismo tiempo que no había visto al Maestro, y luego de decirme – Tú eres el Profeta, el Luis, el orejón. El pobre que viajar y hacia dónde nunca sabrá – me entregó un sobre y entró corriendo a la casa. Lo más extraño fue que el niño vestía una chaquetita azul y que al virar el rostro antes de entrar, me pareció divisar en su quijada una leve vellosidad blanca. En fin, abrí el sobre y encontré, además de un feo reloj de pulsera al que le faltaban las agujas y sonaba como enfermo, una carta que decía: „ Por más que me busques no me encontrarás y la duda te hará un viajero inocente e ignorante. Guarda este reloj, el único que puede marcar tu tiempo“.
En estos momentos termino de leer y escribir el cuento. Me recorre un crudo escalofrío. Tan solo deseo tomar un vaso lleno de ron con hielo y luego esperar a que todo vuelva a suceder.
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Bildquellen: [1], [2], [3], [4], [5] Quetzal-Redaktion, Edwin Eschweiler.