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Sitio Equivocado

Alfonso Jaramillo | | Artikel drucken
Lesedauer: 12 Minuten

Dialogando - Foto: Quetzal-Redaktion, Edwin EschweilerMuchos habrán tenido una de esas noches. Minutos que se alargan hasta convertirse en horas cuyo tiempo necesita despertar para seguir su camino, pensamientos fijos que se apoderan del alma y la arrastran por un desolador laberinto que carcome el ánimo hasta que no quedan fuerzas para dormir. Fuera de mi cuerpo, sólo existían las sombras que se transformaron en objetos con la primera luz del día.

Levanté mi cuerpo devastado por los monstruos de la noche y caminé hasta la cocina reflejando en cada paso una especie de nostalgia por la cama, o por el sueño. Luego de encender la tetera, quise beber un poco de agua del grifo pero el vaso resbaló de mis dedos para abandonar su forma en un millón de húmedos y puntiagudos pedazos. Al intentar recoger los cristales uno de ellos penetró en mi pulgar. Presencié durante eternos segundos como la sangre se desprendía de mi mano para teñir de rojo las diminutas espinas translúcidas.

Comenzaron a fluir los recuerdos y detrás de cada imagen se delineó una especie de mapa que describía formas cósmicas y antiguas. Luego de unos momentos tuve en el cerebro una inmensa pared oscura donde estaban clavados instantes de mi vida. Parecían fotografías unidas por líneas de colores tan claros que casi casi alcanzaban el blanco. Esas líneas son las que daban la impresión de cosmos a la imagen, las que traían el recuerdo de lejanas galaxias, de espacios ocupados por destellos que desfilan hasta sitios donde ni la imaginación puede llegar. Exactamente a uno de aquellos sitios debió llegar la fotografía de mi recuerdo más cercano. Estuvo tan lejos que se confundió con las líneas.

Luego me pareció increíble el poder mantener varios pensamientos suspendidos a la vez. En el mismo momento podía reflexionar acerca de aquellos pensamientos, pero pude ir más allá y reflexionar la reflexión de los pensamientos. Nunca había experimentado una cosa similar. Siempre necesité dejar de lado un pensamiento para recoger otro, y todo debía realizarlo en forma ordenada, uno tras de otro, pues de lo contrario corría con el peligro de acabar con una confusión mental que me enfermaba durante días.

En esos momentos los pensamientos estaban suspendidos, transparentes y superpuestos. Pude compararlos unos con otros de inmediato, así como se hace con radiografías. Y todo sucedió en pocos eternos segundos, al menos esa fue la sensación que tuve aquella mañana.

Ligeramente alterado regresé con la mente a la cocina y observé que la sangre del pulgar había cesado de salir dejando en el suelo una terrible mancha roja. Inmediatamente tomé un trapo mojado y mientras la mancha era retirada tuve la sensación de ser atrapado nuevamente por el mapa de recuerdos y pensamientos radiografía. Tiré el trapo en el lavadero para dejar allí también ese acoso de memoria, de cerebro, me vestí y salí al trabajo.

Cuando subí al colectivo noté que había menos gente que en otros días regulares. Luego de unos minutos palidecí, lo primero que se me vino a la mente es que era sábado y que la maldita costumbre me hizo repetir mecánicamente lo de los días regulares. Quise ver el reloj pero lo había olvidado, justo en ese momento llegó el sitio donde debía bajarme.

Salí del colectivo acompañado de la certeza de sábado, pero en el trabajo la ligereza con la que el guardia abrió la puerta me tranquilizó. Apenas entré lo primero en lo que me fijé fue en el reloj encima del ascensor. Caí en cuenta que estaba atrasado con dos horas – me levanté demasiado tarde – dije en vos baja. Se abrió el ascensor y salté como desesperado en su interior mientras la voz del guardia decía algo de alguien que esperaba impaciente mi llegada. Al entrar en la oficina supe de inmediato que quien me esperaba era Yolanda, mi jefa.

Dialogando - Foto: Quetzal-Redaktion, Edwin EschweilerBruscamente, antes de poder saludarla y presentar alguna excusa, recordé la causa de la mala noche. Iba a abandonar el trabajo, no a renunciar sino a dejarlo tirado como a mujer mala. Por eso no pude dormir, y por eso me levanté tan tarde. Aquella mañana no debía estar en aquel sitio, debía estar muy lejos de todo y de todos, pero aquellos mapas estelares hicieron que olvide por completo la decisión que me costó toda la noche.

– Hola Ricardo, no te preocupes por la hora de llegada al trabajo, ya sabes que aquí no se te somete a horarios sino a objetivos. A propósito, necesito para medio día la lista de personas que deben ser reemplazadas en la sección uno.

Dijo eso a una velocidad espeluznante sin esperar a una sola palabra mía y salió de la oficina. Ya estaba acostumbrado a esas descortesías de mi licuadora.

Cerré la puerta y por primera vez no me sentí solo en aquella oficina, más bien tuve la sensación de ser el ratón de un laboratorio improvisado. Desde que me senté y comencé a revisar los datos en el ordenador me sentí fastidiado por esa presencia a mis espaldas, además no era una sensación sino una certeza. Nunca se me ocurrió que terminaría cayendo en la trampa que puse. En esos instantes me sentí vil y pequeño, tan pequeño como el punto que representaba el recuerdo más reciente en el mapa que dibujó mi cerebro aquella mañana. A lo mejor ese recuerdo se representó tan pequeño porque mi cerebro estaba reconociendo, inconscientemente, la insignificancia en la que se estaba sumiendo mi ser. No, quizá no fue así, porque si fabrico nuevamente el mapa, tendría recuerdos más recientes que serían más pequeños que los anteriores. No, eso tampoco es correcto, porque significaría que mi cerebro me reconoce más pequeño cada instante. No sé por qué tengo tan presente ese mapa galáctico de recuerdos, y no sé por qué pienso tanto en los pensamientos que me produjo ese mapa. Quizá quedé medio trastornado luego de aquella sucesión de pensamientos. No estoy seguro, pero esa mañana, frente al ordenador, sentí que el alma se me congelaba, que no era capaz de levantar una mano sin que se me vengan unas ganas incontenibles de destruir todo lo que había a mi alcance. Respiré profundo, hasta que el oxígeno llegó al cerebro y nuevamente comenzaron a brotar los recuerdos. Volvió aquel instante en que propuse  la idea de comprar el programa del circuito cerrado de cámaras de vídeo. Si las pequeñas cámaras, similares a las pelotas de golf, eran instaladas en lugares adecuados, podía observarse la forma en que trabajaban los obreros, cuánto tiempo tardaban en desempeñar esas pequeñas operaciones que tienen que repetir cientos de veces al día. La propuesta ayudaba a saber cuáles son los mejores tiempos de trabajo, cuándo se desperdicia el tiempo, cuándo trabajan más, bajo qué circunstancias, con cuál música de fondo, con qué aromatizantes ambientales, de violeta, de fresa o de menta, incluso se podía controlar las pequeñas desviaciones de destino de la materia prima. En fin, se podía evaluar todo lo que se observaba.

Como el programa tenía un costo conveniente y la puesta en marcha significaba optimizar la producción, la idea fue aceptada inmediatamente. En pocas semanas la fabrica tuvo escondidas doce cámaras pequeñas, incluso se instalaron cámaras en los baños y los vestidores, claro, con el noble fin de chequear los desvíos de materia prima. Incluso contrataron a un técnico en producción que tenía a su cargo el seguimiento de todo lo que sucedía en las doce cámaras y pronto se vieron los resultados. Mucha gente expulsada de sus trabajos. Unas personas eran cambiadas y otras simplemente eliminadas del mapa productivo, pero cualquiera que salía, renunciaba, porque en la fábrica, al momento en que dan el trabajo hacen firmar un papel en blanco que es utilizado en caso de problemas.

Ascensos y descensos en las jerarquías, aumento significativo en la producción, todo se movía excepto yo, que seguía de supervisor de calidad y dando una especie de soporte técnico en lo que tenía que ver con computadores.

Luego de un par de meses, de un día para el otro, el técnico de producción que manejaba el programa dejó de venir y con bombos y platillos anunciaron que tenía el nuevo cargo de programador de producción. Así que comencé a observar las cámaras y controlar los tiempos de las operaciones, calcular la producción parcial de cada trabajador, dar proyecciones de la cantidad de unidades de producto terminado que se podían realizar en un día, „sugerir“ que tal o cual persona sea reemplazada, cambiada o eliminada de la planta y, por supuesto, chequear constantemente las cámaras de los baños y los vestidores. Todo estaba perfecta y asquerosamente controlado.

Dialogando - Foto: Quetzal-Redaktion, Edwin EschweilerAl inicio me pareció una maravilla el poder observar sin ser observado y más que todo tener el poder de decir quién se queda o quién se va de la fábrica. Hasta que con el pretexto de arreglar una falla en el teclado, el gerente me permitió husmear en su computador. La primera sorpresa fue descubrir que él tenía acceso directo al programa que yo manejaba, y la segunda y más grande fue descubrir que él tenía acceso no a doce cámaras sino a trece. Ingresé en la opción de la décimo tercera cámara y vi que proyectaba la imagen de mi oficina, además tenía grabado un único video con la fecha del día anterior a la desaparición del técnico en producción. Puse en movimiento la grabación y vi como el hombrecillo lamía la pantalla del aparato mientras aparecían las imágenes de obreras cambiándose de ropa. Se escucharon pasos, apagué inmediatamente la máquina y salí aturdido de la gerencia.

Por eso aquella mañana tuve la certeza de ser observado, y me daba rabia el hecho de servir de espía y al mismo tiempo ser espiado. Sonó el teléfono y una vecina me avisó que de mi departamento estaba saliendo mucho humo pero que no se veía ninguna llama. Expliqué la situación en el trabajo y salí apresurado a mi domicilio. Llegué en el momento preciso, antes de que los bomberos rompan los vidrios para entrar, después de todo sólo se trataba de la tetera que olvidé apagar antes de salir y que estaba al rojo vivo.

Cuando todo se normalizó en cuestión de minutos, recordé el trabajo. Ya no podía regresar pero tampoco era justo que deje las cosas tal como estaban. Salí del departamento directamente donde Juan, un amigo que vive cerca, para pedirle un disquete contagiado con ese virus que afectó su computador apagando la pantalla y que mientras queda encendida la máquina destruía la información. Luego de tener el disquete  salí rumbo al trabajo. Allí, esperé a que falten unos minutos para la salida y, cuidando de no despertar sospechas  ante la cámara que tenía a mis espaldas, coloqué el disquete infectado en mi aparato. Como todos los ordenadores de la fábrica están conectados en red, pronto llovieron las quejas de que se están apagando las pantallas sin motivo aparente. Lo único que hice es sugerir que dejen encendidas las máquinas unos minutos para ver qué pasa, y si no se volvían a encender las pantallas sería conveniente llamar a un técnico en monitores de computadores. Pronto sonó el timbre de salida y como a nadie le gusta regalar su tiempo, todos apagamos los ordenadores. Luego de la reprimenda de Yolanda por no entregar el listado que me pidió, salí de la fábrica con una amplia sonrisa.

Aquella noche tampoco pude dormir y por la mañana, al lavar la taza en la que tomé café, nuevamente tuve miedo de ser atrapado por los recuerdos y salí inmediatamente del departamento. Al subir en el colectivo me encontré nuevamente con poca gente, otra vez había olvidado el reloj y pensé en que por la mala noche volví a levantarme tarde.

Cuando estuve en la puerta de entrada del trabajo, el guardia me sonrió y aclaró que allí los sábados no se trabaja, salvo casos especiales, y éste no era uno de aquellos. Era sábado, repetí mecánicamente lo de los otros días y además volví a no tomar en cuenta la decisión de toda, de todas las noches, el abandonar definitivamente el trabajo.

Es lunes y desde el amanecer tengo listas las maletas para marcharme lo más lejos posible. Aunque durante toda la noche hice planes para mi fuga, cogí el bus equivocado. Ahora estoy sentado con las maletas en la oficina, mirando como un hombre revisa la pantalla de mi computador y de cuando en cuando me regresa a ver como preguntándose que de qué demonios estoy hablando. Espero que esta noche pueda dormir bien, no me gustaría estar mañana, otra vez, en el lugar equivocado.

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Bildquellen: [1]-[3] Quetzal-Redaktion, Edwin Eschweiler

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