El mar: un inmenso espacio marino.
Olas: ondas marinas, y un ritmo
de ritmos diferentes. Melodías
difusas. ¡Oh!, este Oceáno Atlántico.
Ayer fui. Hoy soy aunque no idéntico
a quién fui. Mañana seré. Día de días.
Mi corazón poético amante es un pez.
¿Un pez espada? Sí y no. ¡Ah!, cualquier pez.
La vida cuenta con tantos misterios.
La casualidad es incomprensible
y el destino es una variable increíble.
Me atraen muchísimo los cementerios.
Los sábados de los días de la infancia
visité el campo santo: una elegancia
arquitectónica de aquellos tiempos
de la ciudad antes del terremoto.
¡Visitas cual un culto religioso!
¡Horas de soledades y silencios!
Allá acompañé a mi abuela materna
—ella cuidó de la tumba paterna.
¡Tanto gusté de ver la caída del sol!
Ilusiones vinieron y se fueron,
o, bien, en el devenir perecieron.
Tardes inolvidables. ¡Oh, Yahveh Dios!
Años pasaron, y ¡cuánto he vivido!
Suma total de lo que he existido:
pormenores con alegrías múltiples
y tristezas de tristezas variadas,
y aquellas tardes numerosas dadas
en la infancia están en mí visibles.
Hice el amor en ciertos cementerios.
¿Por qué en cementerios? ¿Hubo misterios?
A aquellas actividades carnales
llevadas a cabo en campos santos
no las motivaron misterios o actos
de magia negra o de ritos teatrales.
Aquellas actividades carnales
llevadas a cabo en tales lugares
no tuvieron por fin la realización
de prácticas fetichistas sexuales
o la impelación a coitos irreales
netos más allá de la consumación.
Las ganas coitales. La proximidad
de los lugares. ¿Y? Singularidad
aparte: otro ambiente. ¿Una herejía?
No se molestó la paz de los muertos.
Mis amantes y yo gozamos. Recuerdos
gratos quedaron: despiertan alegrías.
Long Beach, Long Island. Playa cual joya regia,
y el viento se pasea con soberbia.
Playa limpia de gran extensión. Olas.
Playa cuya arena es blanca y fina.
Playa emblemática neoyorquina.
Olas que llegan a la costa a solas.
El mar: un gran cuerpo de agua salada.
Momento. El alma ignora a la nada.
Imágenes devienen: cual un filme
suceden escenas varias de ayeres.
Playas nicaragüeñas. ¡Tantos seres!
¡Cuánto sol!, y el calor fiero y terrible.
Un niño. ¡Oh!, le gustaban los viajes
en autobús por las noches. Paisajes
de la noche poblada de estrellas.
Un niño delgado, y muy soñador
quién no temía de Belcebú y del amor
—y, ¡todas las mujeres eran bellas!
Un niño delgado, y de piel morena
y ojos verdes, y ¡cuán curioso! Marea.
Desasosiego. ¡Cuánto le ardía la piel!
No era usual untar el cuerpo de crema
para proteger la piel. !Ay!, sirena
que no le auxiliaste. El azar fue cruel.
El niño con fe exhaló el calor cada
vez que él regresó del mar a casa,
y las ampollas de agua en la espalda
y la inconformidad falta de calma
y la angustia de la nada del alma
y la infelicidad fea desalmada.
O marea alta o marea baja. Mar. Mares.
Oceáno Pacífico. ¡Cuántos Mares!
¡Qué curioso el niño de piel morena!
Quisó ver coitar. Allá fue él. Le importó
poco el peligro, y todo soportó.
Él y ella coitaron sin tener pena.
¡Oh, aquel mar de aguas verdes obscuras!
El niño precoz con tantas locuras
e ideas, y aquel impulso erótico,
siguió a aquella mujer de abundantes
carnes y ojos negros interesantes,
cuyo olor era fuerte, y feo o/y rico.
Le vio, preguntó y respondió, y sonrió,
y la sonrisa cómplice le agradó.
Él y ella se introdujeron tan lejos
en aquel mar de aguas verdes obscuras.
Le acaricó las nalgas gordas duras
y, ¡ay!, el molusco de labios regios.
Belcebú le convirtió en un ángel
maligno, oyó. ¡Lujuria a granel!
Dos dedos metió en el molusco grande
y le masturbó, y respiró el olor
cítrico del cuerpo hermoso de color
moreno. ¡Oh!, un tiburón con hambre.
Playa Larga, Isla Larga, Nueva York,
y el viento soberbio mitiga el calor.
Memoria de lo pasado. Emoción.
Alegría triste. O, ¿triste alegría?
¡Aventuras sensuales! Vida. Orilla.
Mar. Olas. Ilusiones de una ilusión.
El mar: una extensión de agua salada
que se pierde en el horizonte. Cada
vida deviene en un tiempo breve
determinado por el sino y el azar.
Sí, y “casi todo” tiende a acabar,
y por tanto tiende todo a ser leve.
Y, ¿la nada? ¿Qué pasa con la nada?
¿Cero? ¿Existe o no existe la nada?
¿Es irreal en la realidad? O, ¿sucede
la nada antes de todo? ¿Es el silencio?
O, ¿es la angustia y el aburrimiento?
¿Es la nada significativa? ¿Niega al ente?
Cada quién conceptúa a la nada
según su conocimiento. ¡Oh!, calma
que es nada. El alma ignora o/y no ignora
a la nada a las veces. No ser y ser
simultáneamente. Entristecerse.
Complacerse. Tentativa de la hora.
Mi corazón poético amante niega
a la nada y se pierde en la ciénaga
del desasosiego de cuando en cuando.
Vida de vidas sucesivas. Vida
única. Ansias de ansia ocurrida.
¡Oh!, los tiempos para vivir soñando.
El niño niño delgado, y de piel morena
y ojos verdes, y ¡cuán curioso era!,
vivió de realidades gratas y feas
y de irrealidades, y soñó con deas
—y, ¡todas las mujeres eran bellas!
Odió, quiso y no fue como cualquiera.
El niño a quién le gustaban los viajes
en autobús por las obscuridades
de la noche al mar fue dual con el mar
y aceptó el destiempo y sus pormenores.
Soledad de soledades. Dolores.
¡Ah!, el joven dispuesto a vivir y amar.
El estudiante delgado y moreno
se olvidó del mar, y rebelde y terco
vivió los sucesos dados día por día.
¡Ay!, día de días faltos de esperanzas.
Guerra civil. Muertos. Desesperanzas.
Guerra maldita. Lágrimas. Lejanía.
Amores. Desasiertos. Ilusiones.
Sueños. Desastres. Desilusiones.
El hombre joven delgado y moreno
volvió al mar y por la costa iba y venía,
y gozó, y el crepúsculo devenía.
Mar de mares, intranquilo o sereno.
Long Beach, Long Island. Playa neoyorquina,
y el viento se engrandece en su rutina.
Costa. Olas que se esfuman en la costa.
Tanto quedó atrás. Familia. Amantes.
País cuya gente destruye. Afanés.
¿Es Belcebú quién el mundo alborota?
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