Ser de arcilla, cede arcilla
Había sólo dos sitios en el mundo donde te podían ayudar: En una clínica de cirugía plástica o en el quiosco de restauraciones de don Lucho Avellano, ex maestro mayor de construcciones civiles (preferiblemente de casas de tres pisos sin terraza – porque le marean las alturas-) y miembro fundador de la „Hermandad de la Plomada y el Bailejo“.
En esos momentos Don Lucho estaba al alcance de tu mano -y de tu bolsillo (¿?)-. Bajaste la cuasicalle esquivando las telas de los véndelotodo y entraste a que te cojan las fallas. Brrrrrrr, sí, era normal que te enojes. Al igual que tú, muchos otros aprovecharon el fin de semana para abollarse la cara y ese lunes de mañana tenías que esperar 13 turnos. No, perdón, el próximo que llegó tuvo que esperar 13 turnos y como es normal en ti, recibiste el número de la suerte – pero de la mala, Jaimito-. No ves, ahora estás ahí pensando en que si hubieras bebido menos, en que si no fueses roñoso cuando bebes, que si el que te partió la cara hubiera pasado de largo ignorando lo que le gritaste
– ¿qué le gritaste, Jaimito?-. Ahora sí que se va a armar. Vas a llegar tarde al trabajo, después del trabajo tendrás que asomar tus narices por la casa (luego de dos días de ausencia) y dejar que tu reinita, mamita, cosita rica (de antaño) te recuerde que mañana hay que pagar la luz, que el vecino de la tienda ya le está haciendo mala cara porque desde el mes pasado no le pagas, que al Manolito le están pidiendo zapatos de deportes en la escuela y tú qué haces, borracho infeliz hediondo, aaaaaaaahhhhhh, pero eso sí, si le hubiera oído a mamita y no me casaba contigo sino con el Eduardo, ahora estaría feliz, bien casada, bien comida, ve, ve infeliz, ven a ver si en las ollas hay algo pues, agua, eso es lo que te voy a dar de comer porque no hay más, agua desgraciado borracho hediondo infelizzzzz y poc poc pocgggggg. Te verás obligado a darle su estate-quieta, le ha de doler, te ha de doler, el Manuelito se ha de asustar, pero ella te jode, te jode no es cierto. A ver mi Jaimito, le toca. Crees que eres su mejor cliente pero no, otros te ganan Jaimito. Mientras mezcla la arcilla, don Lucho te cuenta que la Hermandad ya tiene un himno, que él mismo lo escribió. Pone una bola de arcilla en tu mejilla y le comienza a dar forma del pómulo que ya no tienes, desde ayer. Agarra la espátula con un poco de macilla blanda y empieza a cogerte las fallas de la frente. Miras en el espejo como tu cara recobra su forma. Ríes y notas que te faltan tres dientes. No se preocupe – te dice Don Lucho y coge piedritas de mármol para incrustártelas en la boca. Don Lucho te comienza a cantar el himno y te preguntas si no sería bueno traer a tu mujer al quiosco de restauraciones. ¿Hay descuento para hembras don Lucho? Él sigue cantando y mueve la cabeza de izquierda a derecha. De pronto don Lucho mira que el rostro de Jaime palidece, la arcilla recién puesta también. Apenas ahora te das cuenta que no tienes un centavo y temes que Don Lucho, que Don Lucho….. Tarde, tarde Jaime, Don Lucho reconoce esa palidez y comienza tu desgracia arrancando el pómulo.
Violeta de diez segundos
Su respuesta me dejó desvencijada, desarticulada, y el portazo fue la cuerda que hizo de mi mano un péndulo junto a la silleta. Necesité un par de segundos para armar la bomba y bummm. El estallido recorrió la vecindad. Cuando salí a la ventana encontré a todos boquiabiertos mirando hacia arriba. Alguien preguntó: ¿Qué pasa vecina, por qué esos gritos?. Nada vecindad- contesté- sólo que se me ha quebrado el alma- y me dejé caer en el marco de la ventana. Los masajes con mentol chino que Margarita me dio en las sienes hicieron que regrese en sí, en mí.
– ¿Dónde está él?- pregunté.
– ¿Cuál él, Michita. Cuál, quién, qué pasó? ¡Dime, habla hija!
– El infeliz que desarmó mi vida.
– Si hablas de Julio, está sentado como bobo en el tejado. Le llaman y le llaman para que te venga a ver pero ni parece que oye.
Levanté mi cuerpo desalmado y fui al tejado a interrogar nuevamente a Julio. Cuando llegué dijo que calle y que me aparte porque estoy interrumpiendo el violeta del crepúsculo. Quiero ser crepúsculo – le dije y cerré los ojos para sentir como el viento levantaba mis espirales rojos. Bella – me dijo.- Ya no eres Mercedes sino Crepúsculo, Violeta de Diez Segundos, Naranja que Tiende al Negro. Ven y recítame un poema mientras besas mi mejilla.
Arrejuntó en fracciones de segundo los pedazos de espíritu y me los pegó con saliva. Pude recitarle mientras oscurecía. Luego ya no necesité escuchar la respuesta, tan sólo sentirme entre sus brazos, allí, en aquel tejado recién anochecido. Hay ocasiones en que los hombres pueden llegar a ser la hora más oscura, y a la vez la aurora. Sí, la aurora, sí.
Sí – le respondí y salí dando un portazo, corriendo, huyendo del grito venidero hasta el lejano tejado. Allí tapé mis oídos con pedazos del pan fresco que siempre tengo en el bolsillo y dejé que el cielo se lleve el resto de mis sentidos. Ya no fui yo sino Julio Cielo. Pude ver como la tierra daba vueltas, cambié de color y fui Julio Nube Entrecortada, Julio Púrpura Inmutable. Hasta que ella me cortó en dos, perpendicular y cruelmente. Aunque le pedí que se aparte, que no interrumpa mi metamorfosis, se quedó ojicerrada, esperando que el viento se la lleve por entre los tejados y antenas hasta el fondo del cuadro. Bella – le dije y la sentí parte de mí – ya no eres Mercedes sino Crepúsculo, Violeta de Diez Segundos, Naranja que Tiende al Negro. Ven y recítame un poema mientras besas mi mejilla.
Sentí que poetizaba en mi mejilla y que los versos quedaban en el pan de mis orejas. Ese pan era digno de ingesta. Cuando abrí los ojos habíamos sido tragados por la noche. Sin que lo note saqué de mis orejas los tapones de pan con versos frescos, los comí y la besé profundo, le hice noche entre mis brazos, ya no necesité decirle que sí, otra vez.
Variaciones
Amanecí azul, despejado. El día, al contrario, cansado y ojeroso. De humor insoportable y su aliento invasor y corrosivo; pero yo estoy vacunado contra estos días, por lo menos hoy.
Tomo la toalla blanca y la vuelvo celeste, casi azul, con el líquido que hace espuma, no, no es jabón, es una poción celestial, un alimento epidérmico para días como este. Dejo que mi cuerpo sienta la humedad de a poco, saboreando la ósmosis.
Pongo de lado las gafas negras y las rojas y tomo las azules. Sí, hoy todo es azul, oceánico, inmenso y gaviótico. ¡Oh! Voy a volar. (Salgo por la ventana y vuelo alto, muy alto. Ahora estoy en el hospital y siento quebradas las alas, las patas, el pico. ¡Necesito mis gafas negras!. Sí doctor, las necesito. ¡Es que nadie me entiende! Necesito mis negras, mis gafas. Amanecí gris, sirg, gris, sirg, gris.). Los malos pensamientos rebotaron en el espejo y en las azules, en el espejo, me viré un poco, y en las gafas, otra vez en el espejo y salieron por la ventana, volando, claro está.
Salgo como el aire y tomo el primer viento hasta la esquina, allí me espera un café azul marino con rosquillas espumadas.
Gracias Sirena. Quizá mañana te pueda beber con dos cucharadas de azúcar -. Sonrisa espumosa la de la camarera. Sí, es mi día y azul mi signo zodiacal.
Saco mi billetera con incrustaciones de concha y observo que de un día para el otro se me pueden acabar los cartuchos, no no, los anzuelos, puesto que estoy en el mar.
Tomo el teléfono de sobre el mostrador (siendo espumosamente recíproco con la camarera) y llamo a mi madre – Sí mamita, yo también la amo. Claro que es de urgencia, si no compro esos libros no puedo rendir ese examen color de noche que tengo dentro de siete lunas. Vendrán tiempos grises si no los tengo. Gracias, gracias madre, única, exclusiva y favorita. A primera hora pasaré mañana por el banco-. Llamo a Belén. – Hola, no cuelgues porque hoy eres gaviota. Sí, estoy con esas gafas y mi deseo tiene tu color. Sí, ya tiré las gafas negras y a las rojas las quemé. No, nunca más utilizaré las rojas. No utilizaré nunca más la piel de los animales para sensibilizar tu superficie, no de la manera como lo hice. Dulce, celestial, déjame respirarte, líquida, permíteme tus orillas caracola. No, ya dije que no volverá a suceder. Está oscureciendo el día, apresúrate, te veo o no, se vuelve más y más oscuro. No cuelgues, no…-. Eres un maldito tiburón, una medusa, aguamala. Odio que me cuelguen en la mitad del océano. Grrrrrr.
Vuel(o)vo a la casa y me acicalo con extractos mediterráneos, me calzo las botas de caucho hasta las rodillas y me pongo mi mejor caña de pescar. Salgo directo a la universidad. Llego y me sumerjo. ¡ Oh Dios! No veo más que mantarrayas y bagres, y tiburones. ¡Oh! Estoy cerca de la orilla equivocada. ¡Oh no! Dos bagres conocidos mordieron el anzuelo. Hago de lado su pelambre y beso sus mejillas.
Otra v(p)ez en casa, nadando en “Blue Dreams”, sabrosos coctelitos recomendables para fiestas en la playa.
Unto los bagres en aceite de Almendras de Azores y los como, ¿o me comen? Ah, todo es burbujeante, resbal(b)oso.
Despierto por la primera luz ojerosa y el (c)olor a pescado, rodeado de restos de bagres. Sigo azul y despejado. Me calzo las gafas y hecho los huesos a la calle.
Tengo hambre. Busco mi billetera, la de cuero café con incrustaciones de concha, pero no la encuentro. Arriba abajo, al centro y pa dentro, aquí y allá pero na. Lo único que se me viene a la mente es que nunca más debo traer a la casa a icteoseres del lado equivocado del agua. Oscurece todo, rápido, relampagoso. La tormenta se acerca, se acerca. ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh!.
Me visto, me calzo las gafas rojas, las botas de cuero de cobra, la correa de suela y salgo en cuatro patas echando espuma por la boca deseando encontrar a Belén en su cuarto.
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