– Veo en ti la fuerza de la felicidad. No te envidio. Toma este libro, te lo mereces.- Me puso el libro contra el pecho y se marchó.
¿Por qué no habría de estar feliz? Era un día soleado, acababa de ganar una semana de vacaciones pagadas para dos personas en la playa y a quien invité acepto ir. ¡Por qué no habría de estar totalmente risueño aquella tarde! Pero aquel desconocido tuvo que dejarme el libro en el pecho.
El libro era negro, hojas y cubierta. La contratapa era una tira ancha de belcro, por tal razón el libro se quedó adherido a mi saco y cuando lo despegué por poco me lo huequéa. Me causó mucha gracia que haya pasado eso ahí, en media calle.
Como dije, el libro era completamente negro, de cabo a rabo, y sus letras de tinta negra brillante, lo que lo volvía, hasta no acostumbrarse, difícil de leer. Ya en la casa, la noche anterior al viaje, leí la primera página: Cierra los ojos, imagina que hace poco te los quemaron, palpa mis letras, las que están en la página que viene. Si logras leer esa página con el borde de tus dedos, alégrate, estás preparado para ser diferente. Si al cabo de una hora no pasaste del primer párrafo, abre tus ojos y sígueme como oveja del rebaño.
Me pareció gracioso tanto el libro como el texto. No tenía nada que perder, estaba feliz, así que ¿por qué no intentarlo? Primero me invadió el miedo de saberme ciego, reproduje en instantes como alguien metía un metal ardiente en mis ojos. Luego toqué y retoqué la página. Llegué a sentir el relieve de las letras pero no pude leerlas. Lo intenté una hora más con el mismo resultado hasta que me di por vencido. Quedé con una sensación de pérdida, de fracaso, como de mediocridad. Incluso deseé ser ciego de a de veras para poder tener el tacto sensible que me permitiría leer esa página sin problema.
Abrí los ojos dispuesto a leer ese primer párrafo de prueba pero no decía nada, absolutamente nada. Eran agrupaciones de letras sin sentido alguno, ni siquiera se podía decir que se trataba de otro idioma porque no lo era. Un tanto molesto leí el segundo párrafo: Debes haberte cansado y abierto los ojos para leer esto, un ciego habría tirado el libro al fuego en el primer intento, pero tú eres uno de los elegidos para seguir en este libro.
El primer párrafo no dice nada porque nada se debería decir, todo hay que sentirlo, percibirlo, hacerlo. Las palabras son un instrumento peligroso, o te mienten o te esconden la verdad, o te extreman en tristeza o te vuelven menos triste. Si te sientes preparado para algo nuevo, encuentra en la última página lo que te está reservado.
Esta vez no fui tan tonto como la primera y pasé directamente a la tercera página. Todo estaba lleno de palabras sin sentido, lleno de nada, pero casi al final había una frase comprensible : Si no deseas encontrar tu verdad, tira el libro o regálalo, pero si deseas encontrarla, vete a la última página.
Me produjo gracia esto de la tercera página pero no iba a hacer lo que ese mugriento libro me decía, así que fui a la cuarta página y encontré otra vez cientos de agrupaciones de letras sin sentido con una sola frase coherente: Veo que la inteligencia no es uno de tus dones. Ve a la última página y encuentra lo que está preparado para ti.
Herido en la cuarta, esta vez fui a la última página para nuevamente encontrar conjuntos de letras sin sentido. Ahora no había una frase junta sino que las palabras estaban sueltas y uno tenía que encontrarlas, unirlas y dar coherencia a la frase. Me sentí orgulloso de descubrir este juego pero antes de terminar de armar la frase quedé dormido.
Por la mañana salí apresurado al viaje y olvidé llevar el extraño libro. Las vacaciones pagadas no estuvieron mal. Practiqué con mi amiga aquello de cerrar los ojos y percibir las cosas con la yema de los dedos, aquello de hablar poco y sentir más, pero a veces recordaba el libro y era terrible pues quería tenerlo para poder descifrar el mensaje que contenía esa última página, o para tirarlo, quién sabe. Creo que la mitad del tiempo pasé pensando en el libro y la otra mitad sintiendo con la punta de los dedos. No estuvo mal el viaje a la playa. Es más, regresé feliz a casa pero cuando vi el libro sobre la cobija se me borró la sonrisa del rostro. Abrí la ventana, me acerqué a él, lo agarré y lo lancé fuera. No había recordado la tira de belcro de la contratapa y la colcha que quedó pegada a él (y que le siguió hacia fuera) arrasó con todo lo que había sobre la mesa junto a la ventana. El foco de la lámpara se volvió mil pedazos, incluso salieron algunas chispas eléctricas, y la botella de cola también se rompió sobre la alfombra persa que era mi adoración, que tanto me costó. Una esquina de la colcha quedó atrancada en un clavo de la pared e hizo que el libro en lugar de seguir la trayectoria hacia la calle, se dirija hacia la ventana del vecino que subió furioso a estamparme el libro en la frente.
Quedé tiritando del miedo, con un chibolo en la cabeza y el cuarto hecho un desastre. Todo lo que había sucedido fue como un mal presagio por haber empezado con ese condenado libro y no haberlo concluido. Lo agarré, limpié con él lo que quedaba sobre el escritorio y lo abrí con el firme propósito de acabar con aquella maldición esa misma noche.
La frase descifrada era “ ve a la página 49”, y en la 49 “ ve a la página 78” y en la 78 “ ve a la página 15” y así sucesivamente hasta que al borde de un ataque de nervios llegué a la página 5, y en la 5 estaba escrito: El presente libro es el fruto de una profunda investigación psico-sociológica realizada en la Universidad de Ochse-Dumm. Su finalidad es confirmar que el nivel de paciencia de las personas depende de su coeficiente intelectual.
Los que poseen un alto coeficiente nunca estarán leyendo esto, los de mediano habrán llegado a esta página sin ir a la última y sin cerrar los ojos en el ejercicio de la segunda, los de coeficiente intelectual bajo y el promedio regular habrán llegado a esta página sin ir a la última pero cerrando los ojos en el ejercicio de la segunda. El resto de gente habrá cerrado los ojos en el ejercicio de la segunda página y máximo habrá pasado por los saltos de hasta siete páginas desde la última, luego habrán buscado desesperados una página donde exista un párrafo coherente y encontrarían ésta. Si usted no se ubica en ninguna de las categorías antes mencionadas marque una cruz luego de la última palabra y pegue este libro en el pecho de la primera persona sonreída que encuentre en un día soleado. Si usted pertenece al último grupo no se aflija, podía haberse dado la situación que le entregaban el libro con un golpe en la frente, o que se le quedó adherido el libro a la cobija y al intentar echarlo por la ventana le causó grandes destrozos. Y si le sucedió esto, puede sentirse feliz porque acaba de inventar una nueva categoría.
Intenté poner una equis pero ya no había espacio en la página así que decidí pegar en el pecho de alguien el libro.
Era un tipo grande y fuerte pero se le veía muy feliz, así que me acerqué y le dije: Veo en ti la fuerza de la felicidad. No te envidio. Ten este libro, te lo mereces.
Le pegué el libro en el pecho pero cuando intenté huir me tomó con mucha fuerza del brazo y preguntó mi nombre – Palatino Aldás – le contesté, me solté y eché a correr.
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