El jefe era fuera de serie, un poco raro pero buena gente, a veces uno creía adivinarle los pensamientos y nada, que salía con lo que menos se esperaba. Recuerdas cuando buscando trabajo entramos por primera vez a su despacho. Sí, a mí también por poco se me fugan los ojos al encontrar ese cuarto empapelado de espejos y aquella escultura de bronce que se repetía hasta perderse en la pared que menos imaginas. Hasta ahora conservo clavada en las pupilas esa luz amarillenta que venía de los espejos tras el Doctor, y que mezclada con la multitud de imágenes gemelas le exigían a uno sentirse nadando en el infinito. Creo que por eso, al igual que tú y muchos otros, llegué a pensar que el doctor Alejandro Alcázar Abedrabbo de tanto nadar en aquel infinito se había convertido en un ser celestial, en alguien al cual se le negó rotundamente ser parte del común de los mortales.
– Adelante, pueden sentarse.
Y recuerdas que apenas nos posamos sobre los sillones estiró la sábana rígida de su mirada y comenzó a hablar de abogados, leyes y tribunales. Me hizo pensar un largo rato cuando dijo que todo, incluso el caos poseía leyes y que los hombres con un poco de cerebro utilizaban las leyes de las cosas para impedir que el mundo se detenga. Luego soltó una leve sonrisa, giró su sillón, nos clavó la mirada desde uno de los espejos y dijo algo confuso pero que nos llenó de emoción.
– Saben que desde aquí se ven carcomidos por la maldad, no, no se asusten por lo que digo, son cosas que únicamente yo entiendo. Pueden comenzar a trabajar desde mañana. Tú, vas a ser mi chofer, y tú mi ayudante, antes de marcharse entreguen sus datos a la secretaria. Que tengan un buen día señores.
Con la emoción dibujada en el rostro estuvimos allí a las ocho en punto del día siguiente. Recuerdas lo que comentó Nancy, la secretaria, aquello de que el doctor Alcázar tenía la rareza de asombrar a las personas de la misma forma como lo hizo con nosotros. Claro que al inicio se nos hacían rarísimas sus actitudes pero luego fuimos acostumbrándonos a ver como el Doctor actuaba. Los que entraban por primera vez en su despacho se quedaban calladitos y como confundidos con tantas imágenes que se repetían, hasta que el doctor Alcázar les sacaba de aquel mundo preguntando acerca del caso que querían se les resuelva. Escuchaba con mucha atención, emitía onclusiones y posibles soluciones y luego los miraba desde algún espejo. Ese sí que era un momento crítico, pues si el Doctor decía que desde el espejo se veían muy bien no tomaba el caso y si decía lo contrario tomaba el caso para ganarlo con seguridad. Que yo sepa, el Doctor jamás perdió un solo juicio. Si de lo bien que le salían las cosas alguna gente llegó a pensar que tenía un pacto con el Maligno, cosa completamente falsa. Lo que en realidad sucedía era que el Doctor tenía la inteligencia de diez hombres juntos y lo único extraño en él era que antes de tomar cualquier decisión importante parecía que consultaba con los espejos. Recuerdas aquella sagacidad de lince que sobresalía en la defensa de los casos. Me asombraba la carga de imaginación que imponía, o me vas a decir que no fue fabuloso, por ejemplo, cuando llegó asustadísimo el ahijado del Doctor porque había dicho a una mujer que „tiene el trasero del tamaño de una banca de parque“, y la mujer ofendida en su buen nombre le entabló un juicio que podía dejarlo en la vía pública. Al escuchar el problema no pude evitar reírme como desaforado, y el Doctor, que jamás cerraba las mamparas de su despacho, alcanzó a escuchar mis risotadas.
– Antonio, acércate.
– Sí Doctor, en qué le puedo servir.
– En lo mínimo creo, pero por el momento vete a comprar unos tres metros de lienzo y diez libras de yeso. Ah, y cuando regreses deseo verte colorado y sudoroso, como si hubieras ido y venido trotando, a ver si con el ejercicio se te cura esa risa cavernosa que tanto molesta mi sensible oído.
Y cuando regresé con el encargo me ordenó que no salga del baño hasta que termine de hacer el molde de yeso del trasero más grande que uno se pueda imaginar. Lo magistral es que escondió el molde hasta el momento de la prueba. Entonces fue cuando lo llevamos bien empaquetadito ante el juez y el Doctor mientras abría el enorme paquete dijo con mucha seriedad que su cliente nunca tuvo la intención de manchar el buen nombre de la ofendida, que más bien lo que deseaba era describir las cualidades de la señora, o señorita, no recuerdo bien, pero lo cierto es que para comprobar que lo dicho era verdad pidió a la mujer que se sentara en el gran molde de yeso. La pobre luego de recuperarse del desmayo, salió del tribunal hablando pestes de todos los presentes que se retorcían de la risa y no quiso saber nada más del juicio contra el ahijado del Doctor.
– Oiga padrino, cómo es que se le ocurrió semejante locura.
– Pues simplemente vi por el espejo que tu trasero cupo perfectamente en la silla grande donde siempre te sientas y pensé en que cada ser busca siempre el molde de sus posaderas, luego vino lo del yeso.
– Usted si que está loco padrino.
Y no es que el doctor Alcázar hubiera estado loco, sino que en verdad a todo le encontraba respuesta, o ya no recuerdas cuando el Doctor estaba concentradísimo mirando el espejo y de repente nos dijo que allí dentro todo debe estar apacible y tranquilo.
– ¿Porqué lo dice doctor Alcázar?
– Porque allí pasa lo que aquí no pasa, y acá todo el mundo esta trastornado, loco.
– Eso sí Doctor, no me sorprendería que en las escuelas comenzaran a enseñar que dos más dos es igual a cinco.
– Si no lo enseñan en las escuelas de aquí entonces ya deben haberlo enseñado en las escuelas de adentro. Y nosotros dos, por ejemplo, debemos ser uno solo en ese mundo.
– No Doctor, eso si que lo veo imposible.
– Pero cómo que imposible Antonio. Si allí dentro es posible que dos más dos sea igual a cinco, entonces sumo el dos más dos y obtengo que cuatro es igual a cinco, si le restamos tres a cada lado de la igualdad cuánto nos queda.
– Uno igual a dos Doctor.
– Como es una igualdad invierto los miembros y tengo que dos es igual a uno. Tú y yo cuántas personas sumamos.
– Dos personas
– ¡Ah! Entonces si dos es igual a uno, y tú y yo sumamos dos, de hecho que en el espejo nosotros somos uno, pero sólo en el espejo.
Aquella ocasión fui yo el que se quedó como loco y cuando te miré esperando encontrar solidaridad a mi locura, vi que no entendiste ni una sola palabra, hasta el Doctor rió ligeramente y dijo que lo más probable es que dentro del espejo seas un prominente intelectual pero como no comprendiste bien se te dibujó un singular orgullo en el rostro. A lo mejor ahora entiendas mejor muchas cosas. No pongas esos ojos rencorosos que el Doctor nunca fue mala persona, lo que pasa es que tenía su carácter. Cuando uno sí debía tenerle pavor es cuando se miraba en el espejo y decía que estaba fabuloso, todo el día pasaba iracundo. Pero pese a esos pequeños defectos nadie dejaba de quererlo, o ya olvidaste aquella ocasión en el auto.
– Enano inútil, ves que estoy apurado y detienes el automóvil imitando a un asno en aguacero.
– Pero mi Doctor, el semáforo está en rojo.
– ¡Qué rojo pues carajo! yo apurado y vos fijándote en las bolas de colores que le cuelgan a los postes.
Y cuando se le enfriaron las iras, el Doctor miró tus ojos enfurecidos por el espejo retrovisor y dijo: Oye enano. ¿Me quieres? Y tú como resucitado del purgatorio respondiste: Sí mi doctor Alcázar, con toda el alma.
Ahí si se te escapan las lágrimas no enano. Ya, no te pongas así que me va a coger la nostalgia que le enfermó al Doctor la única vez que bebimos juntos; cuando me contó que su obsesión infantil era la de escribir todo al revés, ya que así nadie se enteraría de lo que escribió, a menos que ponga el papel contra un espejo. Dijo que los espejos eran su mundo secreto, algo que solo a él le pertenecía. Su abuelo materno le trajo el secreto de algún país de Medio Oriente, y cuando aquel abuelo murió, lloró mucho, pero jamás vio su llanto en el espejo, entonces recordó la vez en que de tanta tristeza intentó huir al mundo del espejo, y el abuelo a verlo empujando su pequeño cuerpo contra el espejo se acercó y le dijo que no debía intentar meterse en aquel mundo, porque si lo lograba se convertiría en la negación de sí mismo, es decir que sería todo lo contrario de lo que es ahora y además el gemelo opuesto que vive en aquel mundo podría escapar hacia éste. Luego, aquel abuelo le mostró sus formas firmes y definidas en el espejo mientras que el Doctor tenía formas todavía opacas, era porque estaba muy joven todavía en cambio su abuelo estaba en las puertas de la muerte.
También me habló acerca de los inmortales, aquellos seres que nacen o viven sin reflejo en un espejo, y dijo que a los únicos seres que teme son los inmortales porque sabe que algún día un inmortal acabará con su vida. Luego quedó dormido sobre su escritorio.
Al día siguiente, llegué a la oficina una hora antes que de costumbre, para ver cómo amaneció el Doctor, y cuando ingresé a su despacho el sol me cegó, venía justo de las espaldas del Doctor para poseer todo el cuarto con su luz, no puedes tener idea enano, todos los espejos devolvían la luz que recibían. Cuando saludé, el doctor Alcázar se levantó de golpe y quedó como aturdido por la catarata de sol.
– ¿Quién eres que no te puedo ver?, aparece, no veo tu figura en ningún espejo. Eres el inmortal que acabará conmigo. ¡Quién eres maldita sea!
Antes que pudiera responderle sacó el revolver del escritorio y empezó a disparar como un loco, apenas pude lanzarme al piso cuando sentí que millones de vidrios me cubrieron. Al despertar supe que perdiste el habla por la impresión de ver mi cuerpo cubierto de sangre y pedazos de espejo, y por encontrar al Doctor muerto sobre su escritorio, ya que una de las balas le fue devuelta por aquella escultura de bronce que se repetía hasta hacerse infinita en los espejos.
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Bildquelle: [1] Quetzal-Redaktion: Edwin Eschweiler, [2] Quetzal-Redaktion: Edwin Eschweiler.