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Juegos

Alfonso Jaramillo | | Artikel drucken
Lesedauer: 3 Minuten

Juegos - Bild: Quetzal-Redaktion, gtSe sintió la maldad. Todos la sentimos. Había entrado por la ventana y nos acariciaba, nos coqueteaba. Más fuerte que el miedo fue la pesadez de cuerpo, la fuerza envolvente, la lucidez para saber que esa era la antimateria que buscábamos, el negativo de lo que nos rodea.

No sé cuánto duró pero todos notamos cuando se fue fugaz, quizá desinteresadamente, por donde entró, incluso la luz de la vela se movió en dirección a la ventana.

Se abrió la puerta y entró mi padre. Con él, la luz del corredor. Quedamos asustados, descubiertos y alguien apagó la vela. Luego de reír nos acompañó a invocar a los muertos. No, él no sabía de qué se trataba, pues era algo más que jugar a llamar a los espíritus. Nosotros procurábamos llamar a los espíritus en plural, a la antimateria, sentirla, poseerla y él nos dañó aquel momento. Después de ver que nosotros ni nos movimos ante sus conjuros, salió sin decir palabra, como si no hubiera visto nada, dando por entendido que se disculpaba por irrumpir en un sitio donde no fue invitado.

Continuamos la búsqueda, esta vez no podíamos perder la maldad, alguien se encargaría de sellar la ventana en cuanto entre. Nuevamente cerramos los ojos y comenzamos a imaginar un vacío oscuro, profundo, vertiginoso. Varios de nosotros vomitaron y entró otra vez. El giro de la luz de la vela y los bellos erizados lo indicaron. Nuestros ojos se abrieron repentinamente y al unísono para no ver nada, sólo para ayudar a sentirla. Se cerró la ventana, no sé si sola o si alguien lo hizo, pero ella se quedó dentro, no salió y se paseó por entre nosotros, a veces nos traspasaba y sentíamos como el corazón se aceleraba y se hacía a un lado. Al que le traspasaba efectuaba una contorción hacia atrás, casi uniendo los omóplatos, luego retornaba elásticamente hacia adelante agachando bruscamente la cabeza. De pronto Jorge se levantó con la caja de cristal y la colocó en la espalda de un traspasado.

Cuando el otro agachó la cabeza Jorge cerró la caja, la caja cayó al suelo sin romperse y todos sentimos caer, como si hubiéramos estado en un ascensor y este se hubiese safado. Luego fue la oscuridad y en el cuarto desaparecieron los muebles, tan solo topamos las paredes frías, erizantes . Por fin se encendió la luz y vimos que mi padre volvió a entrar al cuarto. La luz entró con el gigante y nosotros estábamos en la caja de cristal. La luz se detuvo y mi padre también. Dos días pasaron hasta que terminamos de romper el silicón de una de las esquinas de la caja para poder escapar. Sí, nuestros relojes tenían las fechas con dos días de adelanto respecto a los calendarios de fuera.

Estábamos hambrientos y sedientos. Mi padre no fue más un gigante y preguntó si queríamos sánduches y cola, sí, dijimos en coro y nunca más volvimos a jugar con la maldad. Ahora, incluso hasta para invocar a espíritus insignificantes mi padre nos acompaña. Al inicio nos incomodaba su presencia pero luego entendimos que es mejor. Se siente menos miedo cuando de repente te jalan de los pies.

Bildquelle: Quetzal-Redaktion, gt

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