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Sucesiones [segunda parte]

Juan Antonio Carazo | | Artikel drucken
Lesedauer: 5 Minuten

EL SEXO DE UNA MUJER de cabellera negra y pubis pelón es pronunciado y se parece a una avenida traficada de cuyas orillas surgen aceras anchas que lindan con edificios, cantinas y laberintos.
Sus tetas no llegan al cielo y sus pezones son risueños.
Sus tetas apuntan a unos ojos cuya mirada no es inclaudicable, ojos de iguana paseándose contenta por un tejado, ojos verdes de color de cocodrilo desdentado.
¡Ah! una masturbación no es un cansancio inoportuno, sobre todo cuando las muchachas visten de minifaldas.

NO TOCAN A LA PUERTA y estoy en constante espera.
No logro la paciencia por medio de la música.
No molestan las angustias, hijas de soledades no anheladas.
He tenido conversaciones cuyos fines no tuvieron causas.
Una palabra perdida es un recuerdo olvidado.
Los números son aborrecidos cuando suman cuentas a pagar.
Un inmortal no muere porque ha poseído la palabra.
Es más fácil morirse que amar o traspasar el umbral del destierro o penetrar en el carnaval de las pasiones.
Quiero conocer el soberano misterio de la noche.
Pregunto para mí: ¿es la muerte un retorno a la naturaleza?
Imagino a la muerte como una estatua antigua con unos pechos alzados y unos pezones puntiagudos.
Es terrible que los amantes no tengan suficiente tiempo para amarse no sólo de cuando en cuando.

LA CIUDAD DE ROTTERDAM es una ciudad portuaria.
Cada día domingo por la mañana hasta el mediodía, la calma pasea regularmente por las calles del centro el cual es un monstruo sombrío que causa desconsuelo, en el interior de éste sobresalen los edificios modernos por los diferentes tipos arquitectónicos y colores y algunos de estos parecen que tratan de alcanzar el cielo.
Cada día domingo por la tarde y por la noche, salvadores de almas y pobres, cuya sociedad ha olvidado, y homosexuales y putas y chulos y buscadores de putas y borrachos y traficantes y consumidores de drogas deambulan en las calles cercanas al puerto de la ciudad y parecen fantasmas recelosos cuyo sino es penar con bulla.
La ciudad de Rotterdam sufre de la pérdida de su pasado.

SU ROSTRO era intolerablemente indefinido, mestizo y moreno, y estaba surcado por indescifrables líneas desmedidas, cuyo acertijo estaba probablemente en sus penas sentidas.
Su olor no era olor de naranjal apetitoso, atrayente, fresco; era olor de hembra gozada, olor de substancias masculinas.
Su tristeza era desmesurada en su parca presentación y un terrible cansancio escapaba rápido de su piel morena.
No pregunté a aquella mujer mestiza: »¿Quién eres?«, hay ocasiones en que una pregunta es una indiscreción.
Quizá ni ella se lo ha preguntado, ¿para qué preguntárselo?
No le dije, ¿quién era yo?, pienso que no debió interesarle.
Aquella mujer era una más de los transeúntes en Rotterdam.

ERA UNA CALLE poblada de automóviles y ómnibuses y tractores y furgonetas y camionetas y motocicletas y caravanas y de humo, mucho humo, y terror; en aquella calle era muy real el peligro de quedar aplastado como una cucaracha desgraciada.
Una muchacha lucía trenzas negras, negrísimas, y largas y le sonreía a un viejo sacerdote de sonrisa picara, cuyo cuello se le había perdido en una gran masa de gordura y cuya frente estaba surcada de arrugas; el viejo sacerdote tenía una nariz alemana y hedía mucho.
Y dos niñas pequeñas y muy blancas y muy risueñas y muy simpáticas observaban una cámara fotográfica, una de pelo castaño y otra de pelo amarillo claro; las niñas calzaban unos enormes zapatos blancos de charol.

SUEÑA SOSEGADAMENTE con el día triste del encontrado, cuyo misterio es el de recios sacerdotes católicos que exhuman cadáveres de mariposas a medianoche y hacen salchichas y morongas y mortadelas y pastas de perros y gatos callejeros y terriblemente copuladores.
Trasciende el tiempo cabalgando en caballos diabólicos y dibuja feas figuras humanas que impresionan a causa de las hórridas penas en los huecos de sus pieles.
Descifró los pasos lentos y lentísimos de una tortuga, la increíble monotonía de la imbecilidad de un imbécil y la necia locura elocuente de un pintor expresionista.
Es y no es una pintura en una naturaleza azul y verde en donde están dos mujeres: una desnuda de cuerpo rojo, piernas rojas, brazos rojos, ojos verdes, cabellera azul obscuro; y otra de cuerpo de cebra con rayas onduladas de colores rojo y café y amarillo, algo lóbrego, en un fondo azul.
Su fascinación son los cuerpos vivos gratos e ingratos.
No se exorciza, ni niega, ni odia, ni malquiere, ni ama.
No es la servidora del Altísimo, ni la amante de Luzbel.
Le temen, pero hay quienes supuestamente no le temen y hasta quienes afirman que la aman y la salen a buscar.
Ella no se distingue, es un gesto, un dolor o una sonrisa, mas tiene un lugar en las ciencias naturales y la filosofía, la llaman sueño eterno, postrimería, hora suprema, mona, óbito, terrorífica, hija de puta, desgraciada, muerte,…

LA RELIGIÓN es una válvula de escape, una fórmula; es un dogma, una creencia acerca de la divinidad; pide, impone sentimientos, veneración, sumisión, temor; asigna normas morales de conducta, prácticas de culto; educa en la virtud que motiva a rendir culto a Dios; es una necia obligación de conciencia, predica deber; despersonaliza, salva, ofrece otra vida después de ésta.
¿Cómo será la existencia en el reino de Dios o de Luzbel?
Quizá sólo sea subsistir, vegetar, penar, pestañear, revivir, bullir, ir tirando, durar, mantenerse, padecer, conducirse, portarse bien, copular, rezar, joder.
¿Tendré un lugar en el cielo o en el infierno?
Creo, también no creo, peco y no peco, no jodo y jodo.
Me pregunto y pregunto: ¿soy un Dios pequeñuelo? o ¿no es esta tierra el paraíso prometido o el averno?
¡Ah!, los laberintos de la fantasía son los laberintos de la poesía más los laberintos de la locura y del amor más los laberintos de la etcétera. ¡Yo creo en la poesía!

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