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Poemas sin nombre (extracto)

Dulce María Loynaz | | Artikel drucken
Lesedauer: 7 Minuten

Dulce María Loynaz

Poeta cubana (1905-1997)

POEMA I

Señor, las criaturas que enviaste ya están aquí, aleteando junto a mi cabeza.
Yo las sujeto por un hilo de sangre y temo que se rompa el hilo… A pesar de que todavía no las veo, inmersas como están en la tiniebla, yo creo que son muchas, y creo también que algunas son hermosas y dignas de vivir.
Pero mira, Señor, que no puedo alimentarlas todas con esta poca sangre mía; ni quiero ya que se me mueran, como no quiere la madre perder el hijo concebido, aunque no lo deseara antes y le sea fruto de fatigas después.
Dame, Señor, una de tus estrellas de nodriza para estos hijos de menguada madre…
Dame para ellos el vestido de los lirios, ya que no sé tejer…

POEMA II

Yo dejo mi palabra en el aire, sin llaves y sin velos.
Porque ella no es un arca de codicia, ni una mujer coqueta que trata de parecer muy hermosa de lo que es.
Yo dejo mi palabra en el aire, para que todos la vean, la palpen, la estrujen o la expriman.
Nada hay en ella que no sea yo misma; pero en ceñirla como cilicio y no como manto pudiera estar toda mi ciencia.

POEMA III

Sólo clavándose en la sombra, chupando gota a gota el jugo vivo de la sombra, se logra hacer para arriba obra noble y perdurable.
Grato es el aire, grata la luz; pero no se puede ser todo flor…, y el que no ponga el alma de raíz, se seca.

POEMA IV

Con mi cuerpo y con mi alma he podido hacer siempre lo que quise.
Mi alma era rebelde y, como los domadores en el circo, tuve que enfrentarme con ella, látigo en mano…
Pero la hice al fin saltar aros de fuego.
Mi cuerpo fue más dócil. En realidad, estaba cansado de aquel trajín de alma y sólo quería que lo libraran de ella.
No acerté a hacerlo; pero ahora, en paz con mi alma y acaso un poco en deuda con mi cuerpo, pienso que rebañé en los dos algunas migajas de Marta y algunas otras de María…
Migajas nada más; pero me bastan para poder decir, cuando me lo pregunten, que he servido al señor.

POEMA V

Todas las mañanas hay una rosa que se pudre en la caja de un muerto. Todas las noches hay treinta monedas que compran a Dios.
Tú, que te quejas de la traición cuando te muerde o del fango cuando te salpica… Tú, que quieres amar sin sombra y sin fatiga… ¿Acaso es tu amor más que la rosa o más que Dios?

POEMA VI

Vivía – pudo vivir – con una palabra apretada entre los labios.
Murió con la palabra apretada entre los labios.
Echaron tierra sobre la palabra.
Se deshicieron los labios bajo la tierra.
¡Y todavía quedó la palabra apretada no sé donde!

POEMA VII

Muchas cosas me dieron en el mundo: sólo es mía la pura soledad.

POEMA VIII

De tierra crece la montaña. De paciencia de I tierra, pulgada por pulgada, o de crispadura de I tierra que empuja hacia arriba el fuego de dentro, o del espasmo doloroso de la tierra joven -carne del mundo- en los albores de la Creación…
Pero de tierra crece la montaña…, siempre de tierra

POEMA IX

Dichoso tú, que no tienes el amor disperso…, que no tienes que correr detrás del corazón vuelto simiente de todos los surcos, corza de todos los valles, ala de todos los vientos.
Dichoso tú, que puedes encerrar tu amor en sólo un nombre, y decir el color de sus ojos, y medir la altura de su frente, y dormir a sus pies como un fiel perro.

POEMA X

Vino de ayer, aún me enturbias los ojos… Pero ¡cómo me siento ya la boca amarga!

POEMA XI

De todo cuanto han hecho los hombres, nada arno más que los caminos.
Ellos son la lección de humildad útil de mansedumbre cristiana que nos encarecen los libros de piedad.
Los caminos sirven como Marta y están quietos como María: nada tan noble, tan sereno como este tenderse en paz, y largamente…, largamente.

POEMA XII

Acaso en esta primavera no florezcan los rosales, pero florecerán en la otra primavera. Acaso en la otra primavera todavía no florezcan los rosales… Pero florecerán en la otra primavera.

POEMA XIII

Tú tienes alas y yo no: con tus alas de mariposa juegas en el aire, mientras yo aprendo la tristeza de todos los caminos de la tierra.

POEMA XIV

En la casa vacía han florecido rojos los rosales y hecho su nido las golondrinas de alas agudas… ¿Por qué dicen que está vacía?

POEMA XV

Hay en ti la fatiga de un ala mucho tiempo tensa.

POEMA XVI

– ¿Adonde vas cantando?
– A subir por el arco iris…
– Es curvo el arco iris, y cuando lo andes todo, te habrá vuelto a la tierra.
– ¿Adonde vas llorando?
-A perderme en el viento.
– Es vano el viento, y cuando haya dado muchas vueltas, te volverá a la tierra.
– ¿Adonde vas volando?
– A quemarme en el sol como una mariposa alucinada…
– Es manso el sol, recorre su camino y mañana te volverá a la tierra.

POEMA XVII

Hay algo muy sutil y muy hondo en volverse a mirar el camino andado… El camino en donde, sin dejar huella, se dejó la vida entera.

POEMA XVIII

La verdad hace la Fe; y algunas veces la Fe hace o arrastra la verdad reacia.

POEMA XIX

Las hojas secas…, ¿vuelan o se caen? ¿O es que en todo vuelo la tierra queda esperando, y en toda caída hay un estremecimiento de ala?

POEMA XX

No es verdad que haya flores sin perfume. A mí, por lo menos, me huelen bien todas las flores.

POEMA XXI

El guijarro es el guijarro, y la estrella es la estrella. Pero cuando yo cojo el guijarro en mi mano y lo aprieto y lo arrojo y lo vuelvo a coger… Cuando yo lo paso y repaso entre mis dedos…, la estrella es la estrella, pero el guijarro es mío… ¡Y lo arno!

POEMA XXII

Apasionado y febril como el amor de una mujer fea.

POEMA XXIII

Los ojos miran las azules estrellas; los pies, humildemente junto al suelo, sostienen un pedestal a los ojos que miran las azules estrellas.

POEMA XXIV

El gajo enhiesto y seco que aún queda del rosal muerto en una lejana primavera no deja abrirse paso a las semillas de ahora, a los nuevos brotes ahogados por el nudo de raíces que la planta perdida, aún clava en lo más hondo de la tierra.
Poco o mucho, no dejes que la muerte ocupe el puesto de la vida. Recobra ya ese espacio de tu huerto, ahora que hay buen sol y lluvia fresca… Que las puntas verdes, que ya asoman, no se enreden otra vez en el esqueleto del viejo rosal, que hace inútil el esfuerzo de la primavera y el calor de la tierra impaciente.
Si no acabas de arrancar el gajo secó, vano será que el sol entibie la savia y pase abril sobre la tierra tuya. Vano será que vengas día a día, como vienes, con tus jarras de agua a regar los nuevos brotes…
– No es mi agua para los nuevos brotes: lo que estoy regando es el gajo seco.

POEMA XXV

Y dije a los guijarros:
– Yo sé que vosotros sois las estrellas que se caen.
Entonces los guijarros se encendieron, y por ese instante brillaron – pudieron brillar…
– como las estrellas

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