Luna llena
El corazón se le estrujó tanto que parecía totalmente seco. Escuchaba los gritos desde su cama, algunos esbozaban un pedido de auxilio, otros simplemente parecían aullidos. Tuvo la impresión de que aquel ser se transfiguraba, que con cada alarido se convertía en un animal distinto y agresivo, hambriento y desesperado. No pudo más y se levantó con los ojos aún llorosos, caminó hacia el cuarto de donde venían los gritos y a pocos pasos de llegar sintió que todo era silencio. Entró rápidamente, prendió la luz y agarró un frasco de pastillas que se quedó en sus manos durante unos segundos. No podía, un fantasma oculto en su cerebro le impedía abrir el frasco y poner un par de pastillas en la boca del abuelo. Espectó las últimas convulsiones, dejó el frasco en su sitio y regresó a la cama para cobijarse con la seguridad de que al siguiente día su abuelo y él por fin descansarán.
La luna
Su rostro está algo sucio y al parecer no se siente incómodo sentado en la vereda, contra una pared gris y descascarada. Son las once de la noche y no lleva frío pero sí una camiseta raída con la estampa de algún político de las últimas elecciones. Sus ojos están muy abiertos y fijos en una luna llena inmensa. Tal vez nunca deje de pasearse por ese enorme queso, encima del carruaje arrastrado por los corceles del cemento de contacto que acaba de inhalar.
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