pensé o, bien, hubiese escrito, mas no tuve ánimos para nada
Estás allí, te amo.
¡Oh, Dios!
¿Por qué sucedió lo inevitable?
Estás presente y ausente.
Sí, estoy sola.
Luchaste, mas perdiste,
no, luchamos
y perdimos la batalla.
Lo intuí. Me engañé.
No quería perderte.
Y, lloré
cuando el padecimiento
te fue insoportable
y rogaste al Creador
que se apiadase de ti.
No, no acepto la falta
de tu presencia corpórea
y espiritual activa.
¡Maldigo!
Te amo.
¡Qué triste es esta soledad sin ti!
Estás allí, te amo.
Y, no puedo llorar.
¿Debo comenzar a recordarte?
Suman poco más o menos
vientidós años el tiempo
en que vivimos yo para ti y tú para mí.
No sé, ¿qué haré sin ti?
Estás allí, mañana no lo estarás.
Es el cause de la vida.
Y, te amo.
Sí, es tu silencio el que me acosa.
Estás allí, inmóvil,
y no conversas conmigo.
Escasean las palabras
para describir lo que siento.
Fueron casi seis meses de averno.
Tú confiaste en Dios, yo también.
¿Por qué no se solidarizó Dios con nosotros?
¡Cuánto sufriste física y moralmente!
¡Cuán pequeños nos volvimos!
Amor, perdimos.
Y, te amo.
¿Qué haré sin ti?
Fuiste, —
ya no puedo decirte: has sido.
¡Oh, Dios!
—
fuiste la otra parte de mí .
Estás allí, te amo.
Quedó desamparada sin ti.
Mi soledad es completa.
Fuiste, —
—
Y, estás allí, te amo.
Y el tiempo transcurre.
Y no puedo llorar.
Y no sé, ¿qué hacer con mis manos?
Y no creo que ya no puedas conversar conmigo.
¡¡¡ L E V Á N T A T E Y A N D A !!!
No seas egoísta,
no,
no.
¿Qué quieres que haga para que me digas:
»Amor, aquí estoy. No estás sola«,
y me abraces y tu olor se me introduzca
por los orificios de la nariz?
¿Qué quieres que haga?
¿Qué quieres que haga?
¡Necio!
Y el tiempo transcurre.
Estás allí, mañana no lo estarás.
Confieso: fui un mar de contradiciones:
no quería perderte,
quería que ganáramos la batalla,
mas no soportaba tu sufrimiento,
¡cuánto no lloré verte en aquel estado
en que perdiste tu dignidad por momentos!
No quería verte sufrir por que te amaba
—quién ama no quiere el sufrimiento del ser que ama.
No quería perderte, ignoré tu dignidad,
quería que siguieras envejeciendo conmigo.
—Dios, ¿fue pedirte mucho?
—Dios, ¿por qué lo abandonaste?
—
Y el tiempo transcurre.
¡Para mí estás joven!
Mas ya no eres, fuiste.
Soy egoísta. ¡Maldigo!
Y, no puedo llorar.
Estás allí, mañana no lo estarás.
Y, tengo miedo.
Y, ¡tengo un miedo terrible!
Hoy quiero oír tus quejas,
no me importará que sufras.
Di algo, di algo, —
¡Dios, permíteme llorar por lo menos!
¡No quiero vivir de recuerdos!
¡Tú fuiste lo que tuve, lo que no tengo!
Tú y yo no definimos por lo que fuimos.
Y, tú no estarás mañana.
Y tú no serás mañana el cuerpo corpóreo
que fuiste y no eres en el presente.
Y seré yo el cuerpo corpóreo
que fui y soy tiempo después en el presente.
Amor, ¡qué gran tristeza me embarga!
Quise ser el aire potente, prepotente,
que pediste para respirar y seguir viviendo.
Y fui una mujer y un hombre más
de este pequeño universo
en cuyo interior devenimos.
¿Cómo me defino?
¡Fuimos una representación más del amor!
Y ya no lo somos corporalmente.
Y, Dios es grande.
Y, yo soy tan ínfima.
Y, ni siquiera puedo llorar tu partida para siempre.
¡Dios, permíteme llorar por lo menos!
Y, tú no estarás mañana.
Hoy no estás más.
Treinta horas sobrevinieron, ya.
Amor, te vas y te quiero y no puedo,
no puedo aceptar que te vas
por tiempo sin fin, no puedo.
Te amo, te amo, te amo,
este amor fue la rutina placentera
y agradable de los días
que devinieron todo el tiempo
que estuvimos juntos,
que fuimos invencibles y creímos,
o, mejor dicho, nos engañamos,
que vencimos a la muerte y sus pares.
La realidad me aniquila en esta actualidad:
estás allí, yaces y te amo.
¡No quiero vivir de recuerdos!
Hoy no estarás más, amor.
Tu término de vida me muestra
lo insignificante que soy.
No sé, ¿qué seré sin ti?
Ya tengo necesidad
de nuestras conversaciones,
quejas, discusiones, pormenores,
muestras recíprocas de cariño y demás,
sobrevenidas en tiempos
de tu presencia viva.
Hoy no estarás más, amor,
para siempre, para siempre —
escribí
Allá, él quedó por todo tiempo.
¡Qué solito estará!
Tengo miedo.
Él no tendrá más dolor,
tampoco calor.
¡Qué larga fue su agonía!
¡Cuántas imágenes nuestras traje
a la memoria para aguantar
cada uno de los tiempos
de su angustia y su congoja
de moribundo!
Él fue honesto.
La pobreza fijó los términos
de nuestra existencia.
Y no pudimos costear lo necesario
para que él hubiese tenido
una atención médica adecuada
a su estado de enfermo terminal.
¡Cuán poca solidaridad tuvimos!
Él fue honesto.
¿Lo recibirá Dios en su reino
el día del Juicio Final?
No quise perder al hombre
que aún amo.
¡Cuán desamparada quedé sin él!
Y, cierto,
dudé de la existencia del Altísimo.
Soy una descendiente
más de la soledad.
Allá, él quedó por todo tiempo.
Y el tiempo,
esa suposición común,
no cesa de transcurrir
sin tener pausa.
Fernanda María Quiñónez Tellez es poetisa nica costarricense, residente en Alajuela, miembro del grupo de cultura „Mujeres de Fin de Milenio“
BIldquelle: Quetzal-Redaktion, gt.