En las bardas, en los puentes del Periférico, en los pasos a desnivel, sobre las puertas y en ocasiones hasta en los monumentos públicos, si no es que en el propio piso o en matas callejeras y letreros luminosos, el amor ostenta hoy el orgullo de no poder decir su nombre.
A la vuelta de la esquina se puede encontrar un recado de amor pintado con spray o con brocha gorda o con chorros de pintura. Pero ya no a la manera antigua de las iniciales en el centro de un corazón cruzado por la flecha de Cupido y que vagamente hacía saber a quien acertara a leerlo o descifrarlo, que Chuy amaba a Ventu-rino, porque junto a la V del adorado mortal figuraba la CH de la enamorada fémina. Sin embargo, en el pasado, la timidez de los enamorados no permitía encontrar más que iniciales que unían a E con A, a R con Z y a M con B, lo que dejaba en ascuas a los curiosos. Los cautelosos enamorados punzaban árboles, herían pencas de nopales, tasajeaban puertas de madera o en alguna pared medio oculta hacían algún raspado a la manipostería, para dar de alta el expediente de su archivo amoroso: F y Z se aman. Hoy lo que se ve en las calles es totalmente diferente e inconmensurable. Y el adjetivo no es excesivo, porque en realidad son llamativas por su tamaño las dimensiones que alcanzan los letreros que certifican el amor que John le tiene a Lola, el que Mar expresa en su recado, el que Cristina le declara a Héctor, el que manifiesta Jimmy o el que le expresan a Tere, o el que le dirigen a Elvira, a Dulce, a Ale, o al Comepasto, al Torucho, a Eva, a El cuatrogoles.
Los muros tienen la palabra… de amor
Prácticamente nos asaltan a cada paso de nuestra vida las frases que dan cuenta de ese amor, que para alguna psicoanalista es reflejo de una relación adolescente, pero que tal vez resulta mejor inscribir dentro de una orientación socio-política que se inició en los 60 y alcanzó su cumbre en el 68, cuando los jóvenes del mundo se lanzaron a las calles, convecidos de que ya era tiempo de que los muros ostentaran la palabra, que no se les permitía divulgar por los canales informativos normales, como llegaron a expresar en París los estudiantes.
Desde entonces, aunque no le fue posible a la imaginación tomar el poder, sí en cambio los jóvenes se apoderaron de los muros, porque hoy como antes en las paredes exteriorizan sus ideas, sus inquietudes, lo mismo de orden filosófico, político, sentimental o simplemente de carácter propagandístico (para anunciar un baile, un festejo, una reunión, una obra de teatro, una tocada, una película), que para ponerse graves con amorosos rechazos a la urbe: „Esta ciudad me da risa, ja, ja…“
Pero junto a la expresión política o ideológica de quienes escriben en las paredes, sin que ello signifique militancia política en partido alguno, figuran en lugar destacado, y a veces solitariamente, los letreros amorosos, que declaran para toda la eternidad —hasta que los borren— el amor o desamor que alguien produjo, hombre o mujer. Porque curiosamente una de las formas comunes de manifestarse activamente es dar a conocer el mensaje con el añadido del código secreto de su nombre: „Tu ring cromado“ (que hace alusión a la canción de Botellita de Jerez: Güera color de llanta), Comepasto, Rabioso, Cresy booy, Amor saña, Unicornio.
„Peggy, dale un beso“
Para Roland Barthes, el poeta escritor y lingüista francés, esta tendencia al ocultamiento de nombres, a veces una trasliteración, en otras una invención creativa, afianzan mucho la relación amorosa, puesto que le dan una carga verbal a lo que es una clave de dos, un lenguaje críptico de la pareja, o bien, como habría dicho Jorge Luis Borges, es la manera ritual como expresan las creencias de la „religión de dos“, que es la pareja. Ciertamente ya el amor se atreve a decir su nombre y por eso ahora está en la calle, pero como la verdadera libido es unidireccional, solamente se orienta hacia el objeto amoroso y sólo quiere que éste conozca el mensaje cifrado que se le envía, de ahí que los extraños no capten lo que los amorosos quieren decirse en sus recados, más que cuando los amantes, como su nombre lo indica, son-obvios. Es entonces cuando el espectador puede digerir las intenciones ajenas y hasta en ocasiones intervenir, si bien no con un recado personal al filo del mundo, sí poniéndolo al alcance de los otros medios de difusión.
Gabriel García Márquez, en un texto memorable de los que solía escribir cada semana para diferentes publicaciones, relató que un día frente a su casa, apareció un letrero, escrito furtivamente durante la noche, súplica amorosa que a él le conmovió: „Peggy, dame un beso“. Y en relación con este deseo expresado públicamente escribió un artículo sobre el acontecimiento, que remataba, sumándose a la solicitud aquella, probablemente de un joven, presumiblemente de un enamorado. „Peggy, dale un beso“.
El amor, hasta en los tiempos del cólera
No siempre los recados dan cuenta de la etapa más ardiente del amor, del momento más creativo de la relación, que es desde luego el más generoso, ni exclusivamente se refieren a la solicitud correspondida: „Bésame mucho“, „Te amo“, „Me enloqueces“, „Te deseo“, etcétera, o la abstracción poética: „De tanto soñar contigo, ya no desperté“, o la declaración insospechada: „Torucho: yo te quiero más que nadie y eso que todos te quieren a ti“.
En otros casos expresan el dolor de la pérdida: „¿Soy yo el que cambió o eres tú? ¿Cuál es la diferencia?“ O también dan cuenta de la desilusión: „Fue mi cumpleaños y no me hablaste. Qué poca“; „Vero: no te olvido. Pasé por aquí y me acordé de ti“. O francamente el repudio y el dolor del desdén: „Annle: golfa. ¿No que no?“
Sin embargo, con ser las más evidentes muestras de amor, las pintas callejeras, los grafitti no son las únicas manifestaciones de ese amor de la calle que hoy se expresa orgullosamente. El redactor sabe de por lo menos dos casos en que se usaron mantas con recados amorosos para envolver prácticamente los automóviles de las mujeres amadas. Una escritora que saldría de viaje encontró la víspera de su partida su automóvil envuelto en una manta que tenía un magno recado de amor: „Vuelve pronto, que quedo por tu ausencia prisionero“. Y otra mujer amada, temporalmente distanciada de su compañero, halló en el estacionamiento de su oficina a su camioneta envuelta en otra manta significativa que invitaba a la reconciliación: „Te sientes la divina Amorsaria envuelta en huevo ? Te ofrezco mi amor de todos modos“.
En otro caso y con parecido objeto amoroso se usó una manta de aparente propaganda electoral para fijarla frente a la casa de la mujer amada y declararle en frases claves: „Unidos sus destinos en lo esencial: LFy HA. Vota por ellos. AUPE“. Y si alguien creyó que AUPE eran las siglas de algún partido, se equivocó, ya que para ellos representaba simplemente: „Amantes Unidos Para «Eso»“ y eso de unir sus destinos era una broma particular ya que con frecuencia habían comentado que los cronistas de sociales usaban eufemismos para referirse a las partes genitales, pues aseguraban de los novios que habían „unidos sus destinos“, cuando que habían juntado otras cosas.
Otro caso sonado fue el de un publicista que utilizó uno de esos „espectaculares“ (así se les conoce en la jerga publicitaria) en que regularmente se instala propaganda de productos comerciales para dejar a su esposa un recado amoroso en tiempos de Navidad: „Conchis, te amo“.
El amor al aire libre
Otra modalidad la constituyen los recados amorosos que publican en sus secciones de avisos clasificados o especiales, o en las plantas de información general, los periódicos y las revistas, en México y en otros países:
„Camburita, hay un pretexto más para pistipi-plindizarte, pese a todos. El trompudo chamagoso“, „Cristina: te amo, no solo por lo que eres sino por lo que yo soy cuando estoy contigo. P.S.“; „Helia, porque nuestro amor es un clásico, este año ganaremos el Premio Nobel de Literatura. Sergio“; „Mi amor, este amor que fue de Literatura, un día será literatura de amor. Sol“.
Hay también el caso de un ser amoroso que desde México envió para que se publicara en un diario de Barcelona un recado para su amada prófuga que habí a huido a España: „Ardillita, tú eres las muchas mujeres que yo he querido, mientras yo soy los muchos hombres que te quieren“.
Pero también las páginas de los periódicos mexicanos han servido para recoger las manifestaciones amorosas de los amantes creativos, que lo mismo dan a conocer su mensaje en las secciones especializadas de algunas revistas, que intempestivamente se cuelan en las secciones más serias de los diarios para hacer una felicitación de cumpleaños o de aniversario con palabras que sólo para ellos tienen significado: „Luisa Fernanda: Aunque estés a madral de kilómetros, te amo en tu cumpleaños. Siento por ti un fuerte 3.15 porque no te 6.18. El lector“. Y en otro caso, incluido en un diario nacional: „Porque quien ama nunca sabe lo que ama ni sabe porqué ama, y qué es amar, TE AMO LUJURIA FELIZ con toda la experiencia y la sabiduría de nuestras 26,280 horas de vuel(v)o…“
En fin, muestras hay muchas, vertientes abundan de este nuevo amor público que quiere ser conocido por todos, pero que particularmente se dirige a una persona, la receptora, que sabe quién le trasmite el mensaje. Posiblemente sea manifestación de algunos de los seis tipos de amores que los sociólogos o psicólogos establecen como catálogo de la pasión, como clasificaciones del amor.
Tal vez sea la consecuencia del Eros, amor de la belleza; del Amor-manía, que es el amor obsesivo; del Ludis, que es el juguetón; del Storgé, que es el amor-compañía; del Ágape, que es el amor altruista, o del Pragma, que es el amor realista, pero de cualquier manera, lo cierto es que el amoroso que se atreve a pintar un letrero callejero para expresar lo que siente por su amada, aparte de abrirse hacia el mundo, también está dando con su actitud una nueva dimensión al paisaje urbano y sobre todo una nueva concepción del más antiguo de todos los mensajes y del amor que quiere decir su nombre, y hoy se declara libre al aire, valiéndose del más antiguo medio de comunicación: el aire libre.
Extraído del Suplemento de Siempre! LA CULTURA EN MÉXICO,
Núm. 2098, 8 de septiembre de 1993, páginas 48-49.