¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que tuviste problemas con la policía? ¿Uno, dos años? No, exactamente tres años tres meses y tres días. Contabas cada día desde aquel en el que te regresaron.
La última vez fue allá, „en ese país de mierda“ – como tu decías. Cumpliste los treinta y trés -la edad de Cristo, le susurraste a la lata de cerveza – y se te fue la mano con el festejo, se te fue el último amigo -¿?- , se te fue el bus a casa y quedaste dormido ahí, en la banca de la parada del bus. Que bruto que fuiste, que bruto. Quedarte dormino borracho en una banca, sabiendo lo ilegal que era, !sabiendo lo ilegal que eras! Despertaste con los requerimientos de dos policías – Ausweis bitte -. ¿Documentos? ¿Papeles? !Qué papeles vas a tener! Ni siquiera te sirvieron los ojitos llorosos y el rostro aborregado que pusiste. En menos de una semana estuviste de regreso. Mas, esa parte de la historia no la sabían tus amigos (¿ ?) y conocidos acá. Para ellos el caso fue que extrañaste tanto tu tierra que regresaste y punto, !regresaste por dignidad! Por dig-ni-daaaaaá – ¿recuerdas como lo prununcaste a tu compañero de facultad? Sí, sin la d al final y completamente borracho – yo no sirvo para vivir como miserable hermano, yo no -. No, ni él ni nadie debían saber que te dormiste y te pusieron -no te pusiste- en el avión de regreso, que estabas solo porque ya no quedaba gente que soportara tus historias, tus arrogancias, tus arrebatos de latin lover con esposas novias hermanas amigas de quien sea. Eras una máquina, un adicto, pensabas, y lo hacías hasta con las mangas de las camisas – es que la necesidad hermano -. Nadie tiene que enterarse que pasabas hambres y horas pensando en lo difícil que era aprender ese idioma – es que nunca lo voy a aprender, ni los de aquí lo hablan bien, peor yo -, pensando en lo ariscas que son las hembras de allí, en que mañana conseguirás uno esos trabajitos esporádicos que te salvaban de que se te junte el ombligo con el espinazo, limpiar oficinas, repartir hojas volantes con la publicidad de pizzerías, pegar carteles, lo que venga pues hermano. Nadie tiene que enterarse de todas esas horas que pasabas urgando el techo con tus interrogantes.
Sí, hace tres años tres meses tres días que no tenías problemas con la policía. tu cumpleaños treinta y trés, tres años, tres…. Le comienzas a tener miedo a ese número, sí, sí 333, el número de la media bestia. !La Maruja! ¿Qué sería de la Marujita?, de esa compañera de facultad de la que querías ser el compañero de por vida y que no te lo permitió. ¿Porqué no terminaste la carrera, porqué Ricardo, porqué. No, me excuso, desde el viaje a Europa ya no eres Ricardo sino Richard – Richard Romero (Empresario)-. Eso es lo que tu tarjeta personal dice. En qué has quedado, vendiendo chompas de cuero y haciéndote llamar empresario, !y con nombre que suena a francés! ¿Te hubieras imaginado hace años que eso iba a suceder? No, no te hubieras imaginado ni eso ni que tu madre iba a morir y no tendrías para pagar ni el hospital ni la caja ni el funeral ni el taxi al cementerio (¿o no querías?). ¿Te hubieras imaginado sacando a tu madre a escondidas de la morge del hospital y metiéndola en una caja de cartón que amarrarías encima del auto – ese auto pequeño y descascarado como tu vida-? Ahora la policía te pediría el certificado de defunción de tu madre, el certificado de alta de la morgue del hospital, el permiso municipal para enterrar a tu madre, tu licencia de conducir (!mierda!, está caducada). Y ahora, ¿qué ibas a hacer ahora Richard?
Manoseas mezquino los billetes en tu bolsillo pensando en que no vas a tener para la gasolina y mueves la biperina pastosa: Jefecito, no sea malito vea. Arreglemos de buena manera, tome para unas colitas vea……
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Bildquelle: Quetzal-Redaktion, gt