La soledad es inherente a los seres humanos. La soledad posee diversos rostros. Los diversos rostros de la soledad son los diversos rostros de la pasión. Las pasiones pueden ser espirituales o materiales.
la soledad es un agobio. El agobiado por la soledad piensa en las mil maneras de sobornarla o embaucarla o tirarla a la basura. Algunas de las mil maneras de engañar a la soledad son trabajando, vagando, leyendo poemas, oyendo música -por ejemplo: Bach, Beethoven, Men-delssohn, Wagner, Brahms, Straufl, Bob Dylan, Santa, Astor Piazzolla, … -, practicando un deporte -el tenis es el deporte más adecuado porque es el más aburrido-, fumando marihuana o hachís y haciendo el amor en todos los sitios.
la soledad es una sofocación. Una sofocación es una pena que importuna en demasía o un acoso. Un acoso no solamente es una pena que persigue sin dar tregua ni reposo, es también un dolor-los dolores más terribles son los dolores en los órganos del cuerpo-.
la soledad es una perdición, una falta de compañía. Ella es, bien, un lugar desierto, un pesar, una pena -una pena que se siente por la ausencia de unas personas-. La soledad posee innumerables sinónimos: abandono, solitud, sole-dumbre, desacompañamiento, apartamiento, destierro, monólogo, soliloquio, agorafobia -esa insoportable sensación morbosa de angustia que se sufre ante los espacios despejados y extensos-.
la soledad es encierro, retiro, añoranza, incomunicación, clausura, melancolía, mierda e infinito.
la soledad es traicionera.
la soledad es amante de la alegría -la soledad es hermafrodita-. La alegría absoluta es inalcanzable.
la soledad es inmensa. La inmensidad de la soledad es la inmensidad de cada ser humano.
la soledad convive con el silencio. El que convive con el silencio convive con la soledad. El silencio es un aliado de la soledad y demostrar que 63 es igual a 64 es sencillo y es una de las mil maneras de engañar a la soledad. Los métodos geométricos son los más adecuados para demostrar que 63 es igual a 64.
la soledad del presente es la decadencia de la modernidad.
la soledad prostituye en cuerpo y alma.
Las palabras existen, transcurren, son una realidad, una existencia real, una abstracción; están en todos los sitios y resquicios, están ahí, aquí, acá, por allí, encima, debajo, en medio; ellas se alargan, estiran, empequeñecen; surgen como ríos de las gargantas, se enredan como plantas de tallos volubles o trepadores en las lenguas -lenguas voluminosas, lenguas rojas, lenguas amarillas, mohosas, cretinas hidrópicas, sedientas, insaciables- y escapan como potros desbocados de las bocas humanas.
las palabras no son solamente un conjunto de sonidos articulados que expresan una idea; son habla, gestos, actitudes, emociones, fe, testimonio de certeza, promesa, oferta. Ellas pueden ser afectivas, odiosas, cariñosas, bombásticas, pasionales, arrebatadoras; verdaderas, falsas, ingenuas, sinceras, sencillas; pueden dar a entender lo que no es cierto o ser veraces sin pizca de fingimiento. Ellas dan contextura, constitución, proporción plástica, contorno, molde, matiz, al discurso poético del poeta y al discurso económico y demagógico del político.
las palabras son femeninas y masculinas; son etiquetas y rótulos, poesía y prosa, aptitud retórica y necedad; nombran monumentos, edificios, iglesias, calles, kioscos, residencias, inmuebles, teatros, museos, cines, bares, cantinas, pistas de bailes, hoteles, púlales, etcétera; describen infinidad de sueños pasados, aventuras, acosos, soledades, negociaciones, llantos alegrías o padeceres, viejos recuerdos presentes, viejos recuerdos futuros, eternas lejanías, eyaculaciones, reafirmaciones y confirmaciones.
las palabras se pueden disfrazar de silencio. Una palabra disfrazada de silencio es una respuesta incómoda; una disposición inoportuna de ánimo sin alegría a borbotones; una protesta blanca y negra; una angustia paliducha que se oculta en los bolsillos del corazón. Una palabra no disfrazada de silencio es una copla callejera popular, bulliciosa, bullanguera; un estornudo sonoro y potente que escapa de las callejuelas de la garganta y los almacenes y tiendas del pulmón; un eco enano y tiránico; una aptitud oratoria.
las palabras se pueden coger y comer. Coger las palabras es entender su significado, poseerlas y dominarlas, saber sus cualidades y maravillas, sus poderes y sus pequeneces -los buenos poetas son buenos cogedores o cazadores de palabras-. Comerse la palabra es ser un magnífico comelón de sopas de sílabas y letras o asados de signos gráficos con ensalada de sonidos articulados o fritos de vocales unidas a consonantes o bien consonantes unidas a vocales -los nicaragüeños son tremendos comelones de eses finales-.
Hay dos tipos de seres que no tienen palabras: los sin honor, mentirosos, hipócritas, mal paridos, hijos de p. y demás -los políticos son seres sin palabra-; y los que no puede expresarse por el dolor o la angustia o el tormento que les acosa en el alma o por las lagunas inmensas de sus desconocimientos. Hay seres que les quitan a otros las palabras de la boca; tales seres son impertinentes o sabelotodos o imprudentes o vanidosos o inoportunos o terribles inteligentes o veloces. Hay quines repiten lo que saben palabra por palabra o lo escriben al pie de la letra: tales seres poeseen un cebrero magnífico y pueden pasar por excelentes plagiadores -no es saludable aprender de memoria teorías o párrafos completos o páginas enteras de conocimientos, ni es bien visto repetirlos como lora-.
Un poema es un conjunto de palabras ordenadas o desordenadas, de cualquier modo, no necesariamente de contenido. En un poema la palabra asume ritmo, se vuelve mágica. Un poema se puede entender comprender, interpretar, sentir, vivir, transfigurar, traducir, escribir, escribir nuevamente, olvidar, recordar; puede gustar; puede ser lógico sin ser lógico -la lógica es propiedad de cada quien-. Un poema puede gustarle a todo el mundo y no implica que el poema sea bueno o tenga calidad. Un buen poema tiene esencia -no le puede gustar a todo el mundo mas todo el mundo reconoce que es un buen poema -„todo el mundo“ son los lectores de poesía-. Muchos poemas no sólo son muy buenos, muy bonitos, sino que poseen ritmo, sabor, encanto mágico, algo que se siente y se paladea -penetra por los oídos como un líquido que ha sido inyectado en las venas y produce saliva y saliva hasta formar un pegajoso lago de saliva donde la lengua nada anonadada-.
Mucho de lo que se lee no son más que traducciones. Una gran mayoría de los traductores traducen a como ellos les gusta e interpretan al autor. En última estancia lo que se lee son obras del traductor. Si el traductor es bueno o excelente se lee una buena obra. Si el traductor es pésimo lo que se lee es una porquería. En la vida de un autor juega el traductor un papel esencial. El traductor -para hacer una buena traducción- debe conocer al autor en todos sus aspectos. El traductor debe casi saber o adivinar lo que el autor piensa, siente, trata de decir. El traductor es en sí un coautor de la novela o el cuento. Sin traductor no hay autor extranjero. La capacidad de un traductor posibilita que un autor extranjero pueda ser interpretado, comprendido, amado por el público, o desleído, mal interpretado, odiado por el lector.
Desgraciadamente no muchos traductpres son valorados por su trabajo que es uno de los más fatigosos: la remuneración económica es una de las más pésimas.
El odio es aversión endemoniada -igual a un ángel enano desterrado del paraíso-, aborrecimiento testarudo encerrado en un ascensor donde devienen sin parigual huracanes y terremotos, abominación envenedada por las malas voluntades inteligentes o torpes que se revuelcan en la hoguera de la desesperación; es enconamiento especulativo y animadversión degradada, resentimiento grotesco, sin miedo, y asombroso que motiva a la venganza, la intriga y el peligro.
el odio es obstinado, caprichoso, alevoso y extravagante; es hablador, bullanguero, desesperado, intrigante, necio y desafortunado; es feo con rabia, tan feo que la diosa feúra lo detesta.
el odio es un arrebato agudo y arrechucho; una enfermedad: xenofobia, fobia, manía, ansiedad, acrimonia, desamor.
el odio es pasión. La pasión del odio es un engendro poseedor de mil rostros vanidosos y un millón de ojos de múltiples colores dignísimos de adversión; un engendro con lenguas peludas y colmillos filosos; un engendro que molesta, pesa, fatiga, hastia, hiere, araña y atormenta.
el odio es un amor aborrecido o un amor no obtenido o retenido. El odio, igual que el amor, es una lista incalculable de deseos.
el odio puede ser desafecto, hincha, hidrofobia, oposición, inquina, seña; puede ser repugnacia, enemistad, agravio, ofensa, rencor, fila; puede ser desprecio, aspereza o desabrimiento en el trato, hincha, tirria, horror, disfavor.
el odio se disfraza de cólera. Una cólera es un grandioso enojo que maldice apasionadamente con angustia y obsesión o una ingrata molestia víctima de iras y furias. El odio disfrazado de cólera se instala en la biblioteca de los recuerdos y martilla el cerebro con despecho, envidia y malquerencia -como el carpintero que no quiso ser carpintero y clava clavos con corajosidad y antipatía mañana, tarde y noche- o se desplaza sin juicio por los aposentos y corredores del corazón y clava espinas incesantemente. El que padece de odios padece de dolores.
el odio carece de amor y amistad. El que carece de amor es un huésped acorralado en la ergástula facinerosa de la soledad. El que carece de amistad es un solitario abandonado a sus monótonos soliloquios. El que carece de amor y amistad padece de resentimientos arraigados que le suscitan ojerizas caprichosas -una especie de locura, caracterizada por el delirio general, agitación y tendencia al furor-.
el odio no conoce límites, ni misericordia, ni lástima, ni piedad, ni ternura, ni perdón.